El letargo norcoreano duró dos meses y medio. El último misil devolvió la rutina de llamadas, reuniones, condenas y sanciones y arruinó las esperanzas de que ese extraño sosiego desembocara en las ansiadas negociaciones. A Estados Unidos se le agota el tiempo para resolver el conflicto antes de que Pionyang se dote de un cohete capaz de enviarle una bomba nuclear. El desarrollo imparable de su hoja de ruta subraya el fracaso de Donald Trump: prometió que Corea del Norte nunca lanzaría un misil intercontinental y el del martes fue el tercero.

Trump tuiteó que «se encargará» del asunto. Esta vez aparcó las amenazas y los insultos al líder norcoreano y perseveró en la diplomacia. Llamó a sus homólogos de Corea del Sur, Japón y China para condenar la última tropelía norcoreana, subrayar su peligro para la paz mundial y reafirmar el compromiso común para desnuclearizar la península. A Xi Jinping, presidente chino, le informó de que extendería las sanciones a Pionyang. También aprovechó el contexto para animar al Partido Demócrata a aprobar el presupuesto. «Después del lanzamiento del misil norcoreano, es más importante que nunca que demos fondos a nuestro Gobierno y nuestro Ejército», tuiteó.

DESDE SEÚL Y TOKIO

Washington no cerró la puerta a las negociaciones, en contraste con posturas más hostiles recientes. «Las opciones diplomáticas siguen siendo viables y abiertas por ahora. Seguimos comprometidos en encontrar una vía pacífica para desnuclearizar y acabar con las acciones beligerantes de Corea del Norte», afirmó Rex Tillerson, secretario de Estado.

Las litúrgicas condenas también llegaron de Seúl y Tokio, impelidas por Trump en su reciente visita a seguir gastando millones de dólares en armamento estadounidense. Moon Jae-in, presidente surcoreano, subrayó su temor a que la crisis «salga definitivamente de control» y Shinzo Abe, líder japonés, calificó el lanzamiento de «intolerable». El misil dejó en una situación incómoda a Moscú solo un día después de haber sugerido que Pionyang había aceptado implícitamente la propuesta sinorrusa de congelar sus lanzamientos a cambio de que EEUU detuviera sus masivos ejercicios militares en la zona.

TEMOR CHINO

«Es un acto provocador que eleva la tensión y nos aleja del punto en el que podríamos alcanzar un acuerdo», aseguró el portavoz del Kremlin, Dmitry Peskov, quien aclaró que aquella propuesta continúa en pie. China, por su parte, expresó su «grave preocupación» y pidió precaución a todas las partes «para preservar la paz y estabilidad».

El misil es el enésimo guantazo para Pekín, incapaz de arrastrar a Corea del Norte a la mesa de negociaciones ni con paciente diálogo ni con sanciones que ahogan su comercio exterior. Xi envió el mes pasado a Pionyang a un hombre de confianza en lo que parecía un gesto de deshielo entre dos líderes que se desprecian. Pero el enviado volvió a Pekín sin haber sido recibido por Kim Jong-un.

Trump no acompañó la tregua norcoreana con más serenidad. Llamó bajito y gordo a Kim Jong-un y días atrás amplió las sanciones a Corea del Norte y la devolvió a la lista de países que patrocinan el terrorismo. Durante su reciente visita a Asia aludió a «avances» en el problema norcoreano que no concretó, pero sí se atribuyó. El escenario de un misil nuclear norcoreano con capacidad de golpear Estados Unidos cada día es más cercano sin que se adivine una estrategia en la Casa Blanca para impedirlo.

El misil Hwasong-15 se elevó hasta los 4.500 kilómetros y cayó en la zona económica marítima de Japón tras volar 54 minutos. Habría cubierto 13.000 kilómetros si hubiera sido lanzado en horizontal, suficientes para alcanzar Washington. Los expertos recuerdan, sin embargo, que no existen evidencias de que haya logrado miniaturizar una ojiva.

Ese misil cargado debería soportar las vibraciones del despegue, de la salida y la reentrada en la atmósfera, y luego acertar en la diana. El último misil no solo voló más alto y durante más tiempo que los anteriores, sino que su eyección de madrugada y en una lanzadera móvil acreditan que Corea del Norte puede dispararlos cuándo y desde donde quiera. Esa certeza imposibilita el ataque preventivo que ha aireado Trump.

ATISBO DE OPTIMISMO

También hay elementos para el optimismo. El misil no sobrevoló Japón como los de verano ni cayó en las cercanías de la base estadounidense de Guam.

La agencia oficial norcoreana acompañó el triunfalista anuncio de la «cumplida misión de completar la fuerza armada nuclear» de un «solemne compromiso»: los misiles no supondrán ninguna amenaza a ningún país «mientras los intereses nacionales no sean vulnerados».

Algunos expertos sospechan que en el momento en que Pionyang considere, por su parte, ya logrado el misil capaz de golpear Estados Unidos, será entonces cuando detendrá su espiral hostil y se avendrá a negociar con argumentos de peso. El ansiado diálogo, pues, no llegaría por las políticas del presidente Donald Trump, sino por el éxito norcoreano.