Ni con té, ni con café, ni con sirope de savia. No hay forma de digerir lo ocurrido en la segunda parte del partido de ayer en El Arcángel. Más que un analista, un entrenador o un futbolista avezado, se necesita de un buen psicólogo para que explique algunas de las cosas sucedidas en el terreno de juego. Pero también en una pequeña parte de la grada, donde por si no había suficiente espectáculo se inventaron otro, jugando con una pelota que se escapó del campo, y que se pasaron a gritos y coreando a los que más lejos lanzaban el esférico.

Los tres goles con los que el Albacete remontó el tanto tempranero del Córdoba, obra de Miguel de las Cuevas, llegaron en solo seis minutos, ¡Seis! Curro Torres, Miguel Flaño y el propio De las Cuevas hablaron en sala de prensa y zona mixta sobre lo ocurrido, pero tal vez el que mejor lo expresó fue el último, que aseguró que «no entendemos el por qué». Le hace falta mucha terapia, individual y de grupo, a este Córdoba. A los que saltan al césped especialmente, porque son los que marcan los goles y los que deben defender mejor, mucho mejor, las jugadas de ataque del rival. El frenesí sin cabeza llevó a los blanquiverdes a tratar de reponerse del primer tanto del Albacete con una especie de salto adelante, de huida suicida a la nada.

El Arcángel distó mucho de los partidos vividos durante la remontada de la pasada temporada

El cero absoluto sumado ayer tras caer con justicia ante los manchegos fue muy sintomático del estado anímico de los jugadores del Córdoba, que demostraron una semana más que, ante el más mínimo palo del rival, se caen con todo. Ni presión coordinada, ni capacidad de sacrificio ni intensidad. Porque cuando tiemblan las piernas falla lo esencial, el nervio que conecta el cerebro con las articulaciones. Y sin ese nervio, sin ese empuje, sin esa fortaleza mental, ningún planteamiento táctico puede funcionar. Se dice en serio lo de reforzar mentalmente a los jugadores blanquiverdes, porque de otra forma la caída al pozo de la Segunda División B será más rápida de lo esperado hace unas jornadas. La nave se puede reflotar, pero eso pasa porque los once que se vistan la zamarra blanca y verde cada semana, y los que salten desde el banquillo luego, tengan totalmente asumido que la papeleta deben salvarla ellos. Ya pasó el mercado de fichajes, vinieron siete refuerzos y varios de ellos con experiencia, con peso y con jerarquía. Miguel Flaño se erige, tal vez demasiado pronto, en altavoz de un vestuario apesadumbrado, consciente de que su nivel no es el que demuestran cada semana en los campos de España, pero de que no tienen el temple ni la paciencias necesarios para darle la vuelta a la situación.

La afición, la mayoría y no los pocos que se divirtieron con gustos difíciles de entender, asistió a un nuevo espectáculo lamentable. Y lo hizo con cierta desidia, cierto conformismo, falta de alma ante una situación límite. Porque animan, claro que animan, eso nadie lo pone en duda. El Arcángel es capaz de levantar partidos, aunque no sea esa la misión de la grada, a la que tampoco se le dan argumentos futbolísticos para creer en otra remontada como la de la pasada temporada. Pero ese corazón quebrado no puede morir, no puede apagarse lentamente conforme el equipo desciende a los infiernos. Sin su latir, a la falta de ánimo se unirá un alma marchita, y sin cabeza ni corazón, las piernas dejarán de correr definitivamente.