Nils Tavernier, hijo del reconocido cineasta francés Bertrand Tavernier, ha dirigido una emocionante y bella película sobre una increíble historia que realmente sucedió, la de un cumplidor y taciturno cartero que durante su tiempo libre lleva a cabo una monumental empresa: la construcción de un gran palacio, inspirado en exóticas fuentes y referencias de lugares que nunca visitó más allá de una ojeada a tarjetas postales e impresiones fotográficas en prensa.

El biopic nos muestra los avatares y desventuras de este ser, maltratado por la vida, desde que fallece su primera mujer y pierde la tutela de su hijo, hasta que ve cómo su obsesión se hace realidad y pasa a ser tratado como un héroe después de pasar penalidades de todo tipo y de haber sido tomado por loco. Grandes artistas fijarían su mirada en esta extraordinaria obra, que le costó más de 33 años de su vida, un gran sacrificio en homenaje a su hija.

El filme está situado en un pueblo francés de la región de Drôme, durante finales de siglo XIX. La responsabilidad de dar vida a este empleado público de Correos, que cada día hace un buen número de kilómetros para llevar la correspondencia a sus vecinos y que un día tropieza y cae por un desnivel encontrando una piedra de caprichosas formas que le descubrirá su futuro artístico, recae en Jacques Gamblin (muy difícil la construcción de su personaje, al pronunciar pocas palabras durante su actuación, marcada por los silencios y la contención en el gesto).

Su partenaire es Laetitia Casta, en el papel de segunda y abnegada esposa, quien consigue imprimir calidez y amor en la vida de este hombre marcado por la fatalidad y empeñado en conseguir hacer realidad sus sueños a base de piedras, transportadas con sus propias manos y sin ayuda de nadie en la construcción de esta emblemática y caprichosa obra arquitectónica, hoy famosa en su país, aunque incomprendida en los principios, como se nos cuenta en este hermoso cuento cinematográfico.