A priori, el concierto de Dhafer Youssef en esta edición equilibrista del Festival de La Guitarra de Córdoba se presentaba como uno de los más intrigantes y esperados, al menos para una decente entrada, lejos del pleno, en el Gran Teatro de Córdoba.

La magia del tunecino no defraudó. Lleva girando el tiempo suficiente por Europa con su exitoso anterior disco (y ahora con Diwan of Beauty and Odd) para que ese malabarismo entre el Mediterráneo y el asfalto de Brooklyn discurriera en una fórmula elocuente, sagaz, aparentemente simple en sus compuestos, que se diluían entre sí sin perder identidad ni color. Su voz, cautivadora, apareció en su justa medida para poner alas a una audiencia ya ganada mostrando sus sugerentes registros, apoyados en el socorrido efecto de reverberación. Youssef sabe cuál es su pócima y va repartiéndola con sorbos de mística escénica.

Parte del público se gana así, pasión, etnia, viaje e inteligencia. La otra parte se rinde a sus pies cuando esa espiritualidad es atacada y casi vencida por el groove. Dhafer Youssef explota entonces una veta casi virgen que encuentra la vanguardia de sinuosos e intrincados ritmos de lo intemporal del jazz, casi de rock progresivo, que aprendiera de joven en la clandestinidad de su origen.Para ello, ha cambiado su formación, su cuarteto, con respecto a 2016. En esta ocasión, sus gregarios de lujo, entre los que no paró de balancearse con gran complicidad y sintonía, son los norteamericanos Aaron Parks en el piano y Matt Brewer con el contrabajo.

Ambos impecables en su papel, el primero dibujando mullidos (y no tanto) colchones de pose de la especial afinación del oud (laúd) de la estrella, e incluso interpretando al unísono con él, y Brewer, protagonizando algunos de los mejores solos de la noche y los arriesgados compases de las siempre complicadas bases casi de jazz-rock que planteaba el potente menú del repertorio, basado en este nuevo disco. Mención aparte, a juzgar por la ovación y por su progresiva e incisiva transformación, para el húngaro Ferenc Nemeth, el batería que «destrozó» con sus desplazamientos, precisión, gusto y técnica los bucles y fraseos que planteaba Youssef. La oportuna forma de fusionar espiritualidad con bofetadas de vanguardia rítmica lleva a Dhafer Youssef a llamar a las puertas de un éxito que ya saborea y, quizás, a ser un fiel candidato a tener en cuenta para llegar a otras estaciones sin tiempo ni espacio.