Quince años después de rodar junto a Javier Bardem la película que lo consagró como director, Los lunes al sol (2002), se ha reunido con el actor para la cinta que quizá sea la más ambiciosa de su carrera: Loving Pablo, que relata el ascenso y caída del señor de la droga más famoso de la historia desde la perspectiva de la que fue su amante, Virginia Vallejo. Para ello se basa en Amando a Pablo, odiando a Escobar, el libro de memorias que escribió Vallejo, encarnada en la película por Penélope Cruz.

-Usted empezó a pensar en hacer una película sobre Escobar hace más de diez años. ¿Qué fue lo que finalmente hizo que el proyecto se pusiera en marcha?

-Cuando encontramos el libro de Virginia Vallejo sentimos que teníamos un punto de vista idóneo desde el que explorar la figura del narco, porque por un lado esa perspectiva nos permitía una aproximación a su intimidad y, por tanto, a su psicología y sus emociones; y, por otro, que Vallejo fuera una periodista muy conocida y con muchas conexiones nos daba la oportunidad de ofrecer una panorámica del universo criminal que Escobar creó.

-Escobar es un personaje muy complejo y, por tanto, lleno de posibilidades dramáticas. ¿Qué le atrajo principalmente de él?

-Me interesó mucho la magnitud de su historia, que oscila entre los barrios más pobres de Medellín y la Casa Blanca pasando por los palacios de justicia colombianos. También me asombró la desproporcionada capacidad criminal de un hombre que no solo ganó cantidades inimaginables de dinero, sino que también fue político y asesinó a líderes políticos. Fue uno de los villanos más inspirados y creativos de la historia, para desgracia de sus contemporáneos. Y eso para un narrador es muy atractivo. No siento admiración por él, por supuesto, pero sin duda su figura me provoca cierta fascinación.

-¿Cuál fue el mayor reto para trasladar esas sensaciones tan contradictorias que el personaje genera?

-A la hora de enfrentarse a él lo fácil habría sido caer en un extremo o en el otro: o bien envolverlo de glamur y convertirlo en un héroe romántico, o bien retratarlo como un simple monstruo. Pero lo más pavoroso de Escobar es que era un ser humano como cualquiera de nosotros, un hombre obsesionado por obtener cierto reconocimiento. Primero lo intentó a través de la búsqueda del poder económico; luego, al no conseguirlo, buscó el poder político; y finalmente, al seguir sin lograrlo, recurrió al poder de las armas. Es decir, primero trató de hacerse querer, luego intentó hacerse respetar y por último se hizo temer. Ese fue su drama.

-Hay quien sostiene que el mero hecho de recrear la biografía de un criminal de por sí conlleva algo de justificación o incluso de mitificación.

-No estoy de acuerdo. Como digo, los villanos también son personas, y hay que meterse en sus cabezas y explorar sus psicologías para aprender de ellas, y saber cómo evitar que figuras como Escobar surjan de nuevo. Lo importante, eso sí, es hacerlo con veracidad y honestidad.

-¿En qué medida es hablar del mundo de Escobar una manera de hablar también del nuestro?

-La corrupción no entiende de épocas. Javier sostiene que en ella hay algo muy latino, quizá porque en Sudamérica o en Italia o España hay extendida cierta falta de fe en el sistema y el orden. No lo sé. Pero la cantidad de porquería que está saliendo a la luz en nuestro país me tiene perplejo.

-Usted siempre ha hecho un cine muy atento a lo que sucede en el mundo. ¿Cómo se siente hoy en día al ver los noticiarios?

-Uno se va curado de espantos. A mí, en todo caso, hay un problema que me duele especialmente. Solemos hablar mucho de ese muro que Trump quiere construir, pero el Mediterráneo es un muro mucho más grande, y el comportamiento de Europa con los refugiados deja inequívocamente claro que somos una sociedad enferma.