La gran diferencia entre esta comedia y otras, sin duda, es que gran parte de los actores del reparto no hacen de, sino que son. Javier Gutiérrez capitanea un cásting donde una pandilla de seres, en apariencia inadaptados, orbitan por allí conformando algo así como un equipo de baloncesto. Y, Javier Fesser -el director de Camino-, se ha atrevido a rodar no con intérpretes que hagan de discapacitados intelectuales, sino con personas con dicha característica. Así, con un par y sin complejo alguno. Y la jugada, de lo más arriesgado, le ha salido mejor que si hubiese optado por la primera posibilidad.

El guión, de David Marqués, está centrado en los personajes que pueblan esta interesante y divertida cinta. El protagonista de la historia es un amargado segundo entrenador de básket, que, tras una pelea con su primero, en plena cancha, acaba con unas cuantas copas de más chocando su auto con otro (de policía), cosa que provocará una imposición por parte de la juez a realizar un trabajo social como preparador en un club social, donde tendrá que entrenar a un grupo de chavales muy especial, después de haber sido despedido del club profesional donde estaba contratado. Pese a su resistencia, la experiencia terminará por ser algo mucho más gratificante de lo que este tipo recién separado de su pareja y acogido por su madre esperaba. La película está al límite, sin caer en la sensiblería, sabiendo transmitir valores divirtiendo al espectador. Mezcla ternura e inteligencia. El deporte se usa para hablar de las relaciones humanas, las que se crean entre el entrenador y los jugadores, que iremos conociendo a medida que transcurre la acción. Quizás la subtrama que relaciona al protagonista con su pareja sea la menos trabajada. Y otra pequeña pega sería su larga duración: 124 minutos que podrían haber sido menos con un mejor montaje de las secuencias del partido final. Pero, en definitiva, una película recomendable.