El viernes firmó el contrato, y ayer fue oficial. El Ballet Nacional de España comunicaba a media mañana el nombramiento de Antonio Correderas (Córdoba, 1975) como primer bailarín. Un gran premio para el artista cordobés que en modo alguno es fruto de la suerte, sino de su calidad como intérprete, del esfuerzo sostenido desde que con apenas 16 años marchó a Madrid a completar sus estudios, y de su paso por distintas compañías y maestros, desde Aída Gómez hasta José Antonio, Tamara Rojo y el Ballet Nacional, que ahora dirige Rubén Olmo.

-¿Cómo ha sido esta elección?

-Yo entré en el Ballet Nacional como cuerpo de baile en el 2006, con la dirección de José Antonio Ruiz, así que esto es una carrera de fondo. Salió la plaza de primer bailarín y me presenté. Es una audición pública, primero haces varias pruebas y si llegas a la final te hacen que lleves tu propio número, porque para primer bailarín no solo quieren a alguien que ejecute la técnica bien, sino que cuente algo y exprese su sello. Llevas un número tuyo y esa fue la audición, desde las nueve de la mañana hasta las cinco y media de la tarde.

-¿Qué significa esto para usted? ¿En qué cambia su posición?

-No puedo todavía contar, porque acabo de empezar la aventura, pero por los años que llevo allí y por grandes compañeros que son o han sido primeros bailarines es verdad que tienes otra responsabilidad, números solo, papeles protagonistas... En lo personal me supone un poco de reconocimiento, saber que evolucionas. Ya solo estar en el Ballet Nacional es lo que quería desde pequeño y conforme más edad cumplo más valoro lo que tengo. Pero que confíen en mí, poder desarrollarte, subir escalones, madurar y también tener más responsabilidad. Será seguir trabajando, en eso no cambia nada, pero tengo muchas ganas de afrontar lo que venga, creo que esto me hará madurar como profesional y como persona, al estar más en el ojo del huracán. Es muy bueno, y también me da un poco de nerviosismo, pero del bueno, porque es una gran oportunidad y sentirte realizado después de tantos años. También darle esto a mi familia, que tanto me ha apoyado, es mi forma de agradecérselo desde que me llevaban de pequeñito al Conservatorio de Danza, sin ellos no hubiera podido.

-¿Cómo es la danza en este tiempo del covid?

-Cuando volvimos de la primera cuarentena nos hicieron grupos burbuja de 10 personas, algo extraño en una compañía tan grande. Es complicado, porque ensayamos seis horas diarias con mascarillas. Luego se fue normalizando un poco, siempre con las medidas adecuadas, y estamos con los nuevos montajes. Hay mucho trabajo en sede, y fuera lo único que hicimos fue Albacete, que fue raro pero se hizo, y a partir de enero sí que parece que irá la cosa más encaminada, pero vamos como todos, pendientes del día a día.

-Sí, con la pandemia no se puede dejar de hacer proyectos, pero al mismo tiempo debes estar preparado para cambiarlos.

-Yo antes era muy «ansias», me hacía planes para dos años, y de unos meses para acá intento proyectar de hoy para mañana, porque luego, de verdad, frustra mucho. Cada día es una aventura.

-Veo que está aquí, que mantiene su relación con Córdoba.

-Yo tengo toda la relación con Córdoba. Es mi tierra, mi familia, mi gente. Gracias a Dios aquí me siento muy bien. Llevo veinte años fuera, y cuanto más tiempo paso en Madrid, más cordobés me siento.

-Además, no ha perdido el acento.

-Ni lo voy a perder. Hay gente que no me entiende por allí y le digo: «Pues aprende cordobés».

-¿Cuáles son los planes del Ballet Nacional, aunque dependan de cómo evolucione la pandemia?

-Hay dos producciones nuevas. El espectáculo que se estrenó en el Festival de Jerez, el homenaje a Mario Maya dirigido por Rubén Olmo, y lo nuevo es el homenaje a a Antonio Ruiz, Antonio el bailarín, que se estrenará en Sevilla, y el de la Bella Otero, en junio, que se estrenará en la Zarzuela, con Patricia Guerrero de protagonista.

-¿Cómo se mantiene físicamente un bailarín? ¿Ustedes es que no toman una cerveza en su vida?

-Hay que cuidarse, mantener buenos hábitos. Yo al principio me llevaba flamenquines a Madrid. Luego aprendes a comer bien, aparte del trabajo artístico, seis horas diarias en sede, también el hábito del gimnasio para fortalecer la musculatura y prevenir lesiones, beber mucha agua… Luego si te tienes que tomar una copita de vino porque sales a cenar pues también puedes hacerlo. Pero siempre intentando cuidarte. Es cuestión de responsabilidad.

-Estar en el Ballet Nacional es en cierto modo ser funcionario. ¿Es un techo artístico aunque ofrezca tranquilidad?

-Es una suerte por la seguridad y tranquilidad que te da, un sueldo, unas instalaciones perfectas... Yo, que he estado dentro y fuera del Ballet Nacional, valoro mucho (aunque hay quien no lo valora) el trabajo que hacemos, que es igual de importante y sacrificado que otros. En mi caso, como estoy teniendo la oportunidad de ir evolucionando no lo siento así. El techo lo tienes contigo mismo en alguna época de bloqueo, cuando te metes en un bucle... Yo me fui del ballet tres años, con muchas ganas de hacer cosas. Creía que no era compatible y me di cuenta de que no. Aparte de este nombramiento, en el cuerpo de baile me sentía muy afortunado, y se pueden hacer cosas fuera. Yo hice mi espectáculo, Orden, con Daniel Doña, se estrenó en Madrid y me encantó la experiencia, aprendes mucho porque son muchos más frentes (desde coreografía hasta las luces o los papeles). Pero todo está en la cabeza, en cómo se organice uno, y dentro del ballet siempre sigues aprendiendo.

-¿Qué pasa con Córdoba y la danza? Está Antonio Ruz, Olga Pericet, gente muy buena que triunfa fuera, claro, pero ha comenzado aquí… como es su caso.

-Hay mucha elegancia en el baile que se hace aquí. Hay compañeros como Antonio Ruz, Olga Pericet, Valeriano Paños, Pol Vaquero, Carmen la Talegona… Son muy buenos artistas y también gente muy buena, lo que te enamora más todavía porque los hace más grandes. Y también es clave la enseñanza. Para mí es muy importante Estrella Muñiz, profesora del Conservatorio Profesional de Danza de Córdoba, como Inmaculada Calvo e Inmaculada Aguilar… Porque aparte de la técnica y la manera de introducirte en esto es muy importante la base que me han dado. Nunca se me va a olvidar. Son como mi familia, por los valores que te inculcan, que también me han llegado de mi familia, no llegar a un Madrid y creerte nada… Creo que en Córdoba, además de talento y buenos artistas, hay un papel clave en la docencia.

-¿Qué papel sueña con hacer?

- Son muchos los que me gustan. Aunque hay una coreografía de Alberto Lorca que se llama Ritmo, con un paso a dos precioso... Me parece una pasada y quizá un día pueda hacerlo. Está Electra, en la que tuve la oportunidad de hacer Agamenón, en la obra que dirigió Antonio Ruz. Creo que todo lo que te haga avanzar, madurar, que sea un reto, que no te mantenga en la zona de confort... Lo que menos te crees puede ser un sueño porque te lleva a sentirte realizado, a sentir cosas nuevas, a conocer gente. Tanto como la meta de algún papel son los proyectos y las personas que van llegando.