Córdoba tiene al norte su particular tesoro natural, Sierra Morena, una cadena de cumbres repletas de vegetación y rica en agua que desde siempre ha sido la tierra mimada esta ciudad. La falda de Sierra Morena fue, hasta mediados del siglo XX, lugar de huertas y residencia de verano de las clases más adineradas, que tenían allí sus grandes casas con jardines para huir de los rigores del verano cordobés. Separada de la ciudad por la línea férrea de Córdoba a Almorchón, a partir de los años 30, se propicia la expansión de El Brillante «siguiendo las pautas marcadas por determinadas instalaciones (colegios, hospitales...), que demandan gran cantidad de suelo en un entorno agradable», como señala Juan Antonio García Molina, autor de uno de los textos de la obra geográfica de Córdoba capital, publicada por la antigua Caja Rural de Córdoba.

La urbanización de los terrenos comprendidos entre la carretera de Trassierra y la Avenida del Brillante comienza a hacerse de forma desordenada y anárquica hasta que el Plan General de Ordenación Urbana plantea «un crecimiento más armónico», de donde nacen urbanizaciones como El Tablero, La Asomadilla, Santa Ana de la Albaida o El Patriarca.

A partir de los años 50 surgen importantes iconos de la arquitectura contemporánea de la Córdoba de entonces en la amplia zona del Brillante. Para entonces ya se había construido la vanguardista Villa Azul, los depósitos de la Empresa Municipal de Aguas de Córdoba (Emacsa). Detrás vendrían edificios como el Colegio La Aduana, un seminario proyectado por el arquitecto Carlos Sáenz de Santamaría que pasó a ser colegio en los 70.

La guía Córdoba contemporánea, editada por el Ayuntamiento y coordinada por la arquitecta Rosa Lara, recoge algunos de los edificios más emblemáticos de esta zona, como el Parador de la Arruzafa, «un referente de la arquitectura moderna del momento, obra de Manuel Sáenz de Vicuña y García Prieto de 1960». Y una curiosidad, según la tradición popular, la zona que ocupa el Parador, donde también se encuentran los restos de un antiguo convento, fue el lugar elegido por Abbás Ibn Firnás, precursor de la aeronáutica nacido en el siglo IX, para realizar el primer vuelo de la historia.

El arquitecto Rafael de La Hoz cobrará especial protagonismo en El Brillante, donde llevó a cabo numerosos proyectos, desde viviendas como el chalet Canals, al colegio Bética-Mudarra o el convento de las Salesas.

A partir de los años 70 del pasado siglo surge el barrio de El Camping, una prolongación del barrio de Huerta de San Rafael y Valdeolleros que, según García Molina, «desde el principio tendrá un casi exclusivo carácter residencial a la vez como barrio de expansión y zona de transición con la cotizada zona residencial del Brillante».

En un principio, el barrio estuvo limitado por algunas barreras urbanísticas de gran calado, como la antigua línea férrea Córdoba-Almorchón. Con el tiempo cayó esta frontera para dar paso a la avenida Escultor Fernández Márquez, que hoy rebosa vida donde antes hubo vías y que comunica con el parque de La Asomadilla.