Cáritas diocesanas posee en Córdoba cinco dispositivos distintos para atender a personas sin hogar: una casa de acogida, una residencia de mayores, pisos tutelados, un ala de baja exigencia que se abre en periodos como la ola de frío y una unidad móvil con la que sale a patrullar las calles tres veces a la semana. Cada día, por sus instalaciones pasan una media de 158 personas y duermen alrededor de cien mientras hay una veintena que permanecen en lista de espera. El delegado de Cáritas diocesanas, Manuel Hinojosa, y el gerente de la entidad, José Luis Rodríguez Guirao, junto a otros miembros de su equipo y usuarios sin hogar, presentaron ayer el balance de actividad del 2017 en este ámbito, según el cual 802 personas sin hogar distintas fueron atendidas el año pasado en alguno de los dispositivos, el 82% de ellos hombres. Más del 30% de los usuarios son personas con situación de sinhogarismo crónico (llevan de 2 a 5 años en la calle) y un 31% se encuentra entre los 46 y los 59 años.

Según los datos facilitados, el colectivo de personas sin hogar sigue creciendo (en lo que va de año han atendido más de 700 personas) mientras «las ayudas públicas se han recortado», denunció Rodríguez Guirao, que indicó que el año pasado su entidad percibió 200.000 euros menos de las instituciones para estos programas. Además de criticar la «invisibilidad» que padecen las personas sin hogar y presentar una campaña en la que llaman a la ciudadanía a ser conscientes de la situación de estas personas, Cáritas puso el foco en casos como los de los menores extranjeros sin acompañar, que son expulsados a la calle cuando cumplen 18 años o la vulnerabilidad de las mujeres sin hogar.

En nombre de ellas, habló Paloma, una mujer de 36 años que padece fibromialgia y que se quedó en la calle después de que la mujer a la que cuidó durante 15 años muriera. «Entré como interna con 18 años, después de morir mi madre, y me quedé sola, sin nada ni nadie, con 33», explica. Desde entonces, ha ido dando tumbos de recurso en recurso, alternando los albergues con estancias en la calle. «Si eres mujer te arriesgas a una agresión, a que te roben, en la calle hay más peligro para nosotras», afirma, «se te pasa de todo por la cabeza, incluso suicidarte». En este momento, vive de alquiler gracias a una paga de 390 euros que se le acabará en febrero, por eso busca un empleo «solo quiero vivir tranquila».