El título, mis leales de toda la vida, es tan bueno, tan bueno, que es probable que ya lo haya usado alguna que otra vez. Pero es que responde a un hecho cierto. Me acaban de enviar unos mangos de nuestro paisaje mediterráneo, concretamente de la geografía de Granada, que además de que da gusto verlos, saben que es gloria bendita para el paladar. Incluso para el deseo. Vamos a ver si me explico. Conozco el mango de la India, que es fascinante, pero tal vez demasiado dulce. O el mango de Cartagena, la de Indias, también, que sabe a novela de Gabriel García Márquez, todos con su historia dentro. Aprovecho para contarles, que es mi verdadero oficio, que la última vez que vi a Gabo fue en un aeropuerto, que él venía de recoger el Nobel aún con la camisa planchada, rizada de lo que se llama el liquiliqui y que es ni más ni menos que el uniforme ideal de los colombianos ricos, mientras bailan al son de los vallenatos. Que se debe escribir así, con uve y que es una historia cantada, generalmente ocurrida de amor y desamor a un tiempo. Vale. Bueno, pues ese mango que me llega de Granada me trae muchos recuerdos. Tantos que ahí veo a la Negra Grande de Colombia, en su aguacatal, en el campo, que era una de las grandes voces oscuras de la América del Sur. Y los caballos, que en Colombia son tan queridos y hasta tan necesitados.

Me acuerdo que desde una cercana lejanía Gabo me gritó con su bigote espeso, puesto cerca de su esposa, que tanto significó en su vida.

-¡Que no te olvides de escribir la palabra Aracataca, que es el nombre verdadero de mi pueblo y no como ahora la llaman, Macondo!

Momento que aprovecho para recoger el paso por nuestro mapa del nobel Mario Vargas Llosa, que me han contado que se vino de Montilla poco menos que tocado por la mano del inca, que llena tanto. Me gusta mucho que haya dicho lo que ha dicho y, sobre todo, que haya prometido volver a Córdoba. «Tiene una catedral soberbia», diría en alta voz y su palabra es una verdad... eso, como un templo.

He reivindicado de nuevo como todos los años por estas fechas el uso del olivo, nuestro olivo, en las fiestas de Navidad como el gran árbol de lo natural, lo legítimo y lo más cierto. Me acompañó en la petición mi compa Manuel Piedrahita desde su camino del aceite, que sé que frecuenta desde hace tiempo. Me alegra saber que algo hemos hecho y que de algo ha servido porque se están vendiendo árboles del zumo dorado, está a veces en los mercadillos navideños. Es como escuchar estos días el violín de Paco Montalvo, que el otro día dio un concierto en la tierra de Sarasate y le aplaudieron, a la sombra del recuerdo, con el fervor de quien ha vuelto a nacer de nuevo. Es natural, es lo que tenemos, por más que no queramos darle importancia. Por eso, el otro día también, le dije a María del Monte que gracias por sus sevillanas, aunque lo diga en la tierra de los cordobeses, y le aseguré:

-María, leyenda, que me gustan cada día más las sevillanas, no porque se bailan, sino porque siempre sus letras dicen grandes cosas sin duda.

Están llegando ya las primeras tarjetas navideñas. Las contaré en su día. No se preocupen. Y buenas nuevas, como el nombramiento de María Casado para dirigir mi academia, la de la televisión de aquellos tiempos, uno de los fundadores que soy, oigan. De cuando la gente creía que una antena de televisión sobre los viejos tejados era un pararrayos.

Y aprovecho para decir que felicidades a las que ayer, que son muchas, fue su día. Y de las que se fueron. Aquella Concha Piquer, doña Concha Piquer, a la que entrevisté tantas veces, que tenía un canario al que llamaba Pío Doce, porque era blanco, blanco del todo. A su lado, en silencio, el torero Antonio Márquez. Y ella con su acento valenciano. Su voz era de cerámica de Manises y me hizo saber que, parece que la estoy viendo:

-Y eso que soy valenciana, y a mucha honra niño mío, que mira que si llego a ser cordobesa.

Y termino haciéndoles esta pregunta: ¿quién sería sin duda el mejor director de la Academia de la Lengua Española, que no lo tiene, y que es natural de Córdoba?. Acertijo para este domingo y la solución, seguro, que el domingo que viene. Por lo pronto, diré que cuenta con mi voto. Vaya por delante mi palabra verdadera. Y mi compromiso con su último libro, por ahora, acaba de ganárselo a pulso. Que esta vieja lengua que hablamos ya la hablan más de quinientos millones de criaturas. Y que el domingo que viene será ya día dieciséis de diciembre, a las puertas de ese gran belén en que se está convertido este mundo. Menos mal que el millón de luces de lo nuestro hace posible el milagro de dar luz en estas sombras.