Cuando no hay voluntad, ya sea en política o en cualquier cuestión polémica, no hay forma de entenderse aunque se hable el mismo idioma. Pero si quieres escuchar... Ayer, en la plaza de Capuchino, se le entendió perfectamente al holandés Willem Koenraadt cuando le preguntaron qué opinaba del desvío del tráfico por el histórico recinto: "Too much trafic (mucho tráfico), por Dios", dijo terminando la frase con un voluntarioso español. "Que se sepa mi protesta", pidió al periodista en inglés antes de marcharse aún asombrado por el trasiego de coches.

Y es que ayer la plaza de Capuchinos era una mezcla surrealista de descontentos. Como Giacomo Calvino, que posaba ante la cámara de su joven esposa con el Cristo de los Faroles detrás. Una moto, que acababa de esquivar a dos señoras de edad, casi se lleva por delante a la joven italiana cuando disparaba la cámara. La cara de susto de Calvino lo dijo todo. El gesto posterior al motorista (totalmente irreproducible e indescriptible por educación) también fue elocuente.

Muchas más palabras tenía ayer José Antonio, el conserje de mañana de la residencia ubicada en la plaza. "Vamos, ¿que no hay otra alternativa?", se preguntaba con ironía. Porque José Antonio ya no se fía. "Aquí nunca se han respetado ni los pivotes, ni la pilona, ni nada".

El conserje, posiblemente, es la persona que tiene más mirado y requetemirado el firme de la calle. A fin de cuentas, su trabajo, a la entrada de la residencia, le obliga a ello. "Ya se está rajando la calzada. Con este tráfico, esto no aguanta un mes ni en sueños", decía este sufridor recordando que también padecen la situación los otros 26 trabajadores del centro y, por supuesto y sobre todo, los cerca de 90 residentes en el centro.

Pero son muchos los que ayer se mostraban escandalizados. La doctora María Victoria Noci volvía en bici desde el hospital Reina Sofía. "Es increíble las vueltas que hay que dar. Yo voy en bicicleta al trabajo porque se llega antes que en coche, pero es que ni siquiera se puede ir en bici por el Centro ya".

El punto más conflictivo es el acceso desde la corta calle de la Paz y Esperanza. Algunas furgonetas casi se quedan atoradas y los peatones deben volver sobre sus pasos para que el vehículo pase. "Esto no se nos ocurre más que a los cordobeses", sentenciaba Juan Miguel Giménez intentando por segunda vez salir hacia El Bailío. Y tampoco estaba contento el de la furgoneta. "Que Dios me perdone, pero con la mañanita que llevo de dar vueltas por las obras me importa muy poquito el Cristo de los Faroles". Porque en Capuchinos, ahora, los nervios y el tráfico no dejan apenas sitio a la fe, al patrimonio ni a la razón.