Igual que Lyndon Johnson en 1964 se inventó un ataque en el golfo de Tonkin para justificar la intervención en Vietnam, la Administración de George Bush pergeñó un plan para vender la necesidad de atacar Irak y derrocar a Sadam Husein, inventando lazos (inexistentes) con Al Qaeda y un supuesto (y también inexistente) programa de armas de destrucción masiva. Ya en enero del 2001, recién llegado al poder, Bush marca en su primera reunión sobre seguridad nacional el derrocamiento de Sadam como prioridad. "Encuéntrenme una forma de hacerlo", dijo. Empiezan también reuniones secretas con petroleras y la elaboración de informes sobre explotación en Irak de un grupo de trabajo creado por el vicepresidente, Dick Cheney.

El 11 de septiembre del 2001, cinco horas después de los atentados, el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, pide "juzgar si (hay) información suficiente (para) atacar a Husein al mismo tiempo. No solo a Bin Laden". Para el día 21 la comunidad de espionaje avisa de que no hay pruebas. En octubre Rumsfeld crea su propia unidad para buscar lazos entre Sadam y el 11-S.

LA OFENSIVA PUBLICA Mientras se va preparando el caso para la guerra en privado, a partir del verano del 2002 empieza la ofensiva pública de la Administración. En agosto Cheney asegura que "no hay duda de que Sadam Husein tiene armas de destrucción masiva". Bush cita un informe del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) según el cual Irak está a seis meses de tener un arma nuclear (tal informe no existía). Rumsfeld dice al Congreso que Sadam "ha amasado enormes provisiones de armas químicas" y asegura que los lazos entre Irak y Al Qaeda "no son discutibles". La asesora de seguridad nacional, Condoleezza Rice, afirma que "detenidos de alto nivel han dicho que Irak les dio entrenamiento en desarrollo de armas químicas".

Lo que la Administración no cuenta es que sus servicios de espionaje (y varios internacionales) han desacreditado casi toda su información. Las acusaciones sobre laboratorios móviles provienen de Curveball, un desertor iraquí conectado al opositor iraquí en el exilio Ahmed Chalabi y al que nadie da credibilidad.

Otra de las argumentaciones que usa la Administración de Bush es la compra de tubos de aluminio supuestamente destinados a armas nucleares, y eso que el Departamento de Energía había desarticulado esa teoría ya en agosto del 2001 (como luego haría el OIEA) y el informe estaba en poder de Rice.

MATERIAL EN AFRICA También se hace alusión constante a la adquisición de material nuclear en Africa, pero el exembajador Joseph Wilson, enviado a Níger en el 2002 para estudiar la supuesta compra de uranio, ya se la negó a la CIA en marzo. Luego, la oficina de Cheney decidió castigar a Wilson revelando la identidad de su esposa, Valerie Plame, como agente secreta). Hubo más. Las referencias al supuesto entrenamiento de Al Qaeda en Irak estaban construidas sobre declaraciones de un preso que se las inventó bajo tortura. Y se desacreditó que Mohammed Atta, uno de los terroristas del 11-S, se hubiera reunido en Praga con un espía iraquí, algo que reiteradamente dijo Cheney.

En octubre del 2002, el Congreso dio a Bush poder para ir a la guerra. Aunque en enero del 2003 la ONU dice no haber encontrado pruebas de un programa de armas en Irak, Bush habla de la compra de uranio en Africa, los tubos y los laboratorios móviles en el estado de la Unión. Y el 5 de febrero, tras encendidos enfrentamientos con el director de la CIA, George Tenet, el secretario de Estado, Colin Powell, habla ante el Consejo de Seguridad de la ONU. "Lo que les damos son hechos y conclusiones basados en espionaje sólido".

Poco importó que el Consejo rechazara el ultimátum dado por EEUU, Reino Unido y España, que la comunidad internacional no apoyara la guerra. Se lanzó el 20 de marzo. La gran mentira triunfó. Y sus responsables siguen impunes.