Los Pink Panthers , la banda especializada en el atraco de joyerías de lujo, están detrás de la detención, la semana pasada en Valencia, del clan Zemun, uno de los grupos mafiosos serbios más peligrosos y buscados. Sus integrantes coincidieron en las milicias serbias que apoyaron a Slobodan Milosevic. Son mercenarios de la guerra de los Balcanes, con una formación militar de élite que les ha permitido reciclarse en el crimen organizado.

Para los responsables de los arrestos --la sección de atracos y robos de la Unidad de Delincuencia Especializada y Violenta de la Policía Nacional-- el asunto se convirtió en un reto. Los colegas serbios con los que colaboraban en el seguimiento de los Pink Panthers les pidieron ayuda para detener al clan, una sucursal de los Tigres de Arkan , famosos por su crueldad durante la guerra. Sospechaban que se escondían en España, pues la familia del jefe, Luka Bojovic, de 39 años, reside cerca de Benidorm.

Serbia y Holanda los buscaban desde que en el 2003 asesinaran a tiros al primer ministro serbio Zoran Djindjic, el liberal que contribuyó a enviar a Milosevic al Tribunal de La Haya. Para los serbios era un tema prioritario, que lograron trasladar a sus colegas españoles.

36 horas determinantes

Dos años han estado tras la pista, pero las 36 horas previas a la detención, el jueves pasado, fueron determinantes. Durante este tiempo, los policías han fiscalizado todos los movimientos de los serbios sospechosos de relacionarse con Bojovic, al que nunca vieron, pese a que su mujer y sus hijos estaban estrechamente vigilados. Nunca les fue a visitar. Y si lo hizo, fue con una total discreción.

La compra de un billete de avión encendió las alarmas. La semana pasada, Vladímir Mijanovij viajó de Las Palmas a Madrid. La policía lo esperaba en Barajas y lo siguió. Primero comió en el Hard Rock Café del paseo de la Castellana, frente al Ministerio del Interior. Después se trasladó a un piso franco. Más tarde se dirigió a la estación de Atocha. Pero, como recuerda un investigador, para recorrer cien metros, deshacía varias veces el camino, parándose ante cualquier escaparate. "Una locura de seguimiento", añade.

En Atocha tomó un taxi hasta Valencia. Se dirigió a otro piso franco en la calle de Sant Vicente Mártir, que abandonó junto a Sinisa Petric, un sicario condenado en Serbia por asesinar a toda una familia y que logró huir de la cárcel aprovechando un motín. Ambos caminaron hasta la calle de Nino Bravo, donde se hallaba la guarida del líder, que estaba con su lugarteniente, Vladímir Milisavljevic, autor material del asesinato de Djindjic.

Ocho policías llegados desde Madrid seguían sus movimientos. Durante la noche se fueron turnando la vigilancia en varios coches y en el exterior. Ayer, en el complejo policial de Canillas, donde acudió para felicitarlos el ministro del Interior, Jorge Fer- nández Díaz, todavía eran visibles los estragos del frío: los policías tenían los labios cortados.

A media tarde, los cuatro mafiosos abandonaron la casa, por separado, para encontrarse luego en el restaurante Bodega de la Paz, donde dieron cuenta de su último festín. Se disponían a pagar la cuenta, de 333 euros, cuando uno de los agentes se acercó y dijo: "Luka". Este se alzó, gritó en serbio y, cuando sus compañeros estaban a punto de levantarse, todos fueron inmovilizados por los policías.

En los tres días que han estado en los calabozos, antes de comparecer ante el juez de la Audiencia Nacional Fernando Andreu, que los envió el sábado a prisión, los cuatro detenidos no han comido ni bebido nada. Temen, cree la policía, que les den un suero de la verdad para forzar su confesión. Ellos mismos lo utilizaron en la guerra de los Balcanes.