Para hacer más cómoda y sencilla la ingrata y pesada tarea de la colada en los hogares, la empresa alemana Henkel introduce en el mercado español, a principio de la década de los años 50, el detergente Persil, un polvo blanco que llamativamente empaquetado en colores verde, rojo y blanco incitaba a la revolución doméstica en el lavado de la ropa. La irrupción de esta marca --hoy comercializada con el nombre de Wipp-- y la aparición de las lavadoras eléctricas con turbina y rodillos para escurrir la ropa terminaron con el paso del tiempo con la tabla de lavar y el fatigoso proceso manual de mojar las prendas, enjabonar, retorcer y restregar una y otra vez para liberar de los tejidos la suciedad y el olor adherido y lograr el blanco deseado en el último enjuague con la pastilla de azulillo. El detergente Persil también arrinconó al tradicional jabón casero elaborado con sosa, manteca derretida, desechos de aceite y dosis de paciencia para solidificar el producto a base de remover. Para ganar la batalla de la imagen, Persil utilizó como iconos higiénicos a una niña-muñeca y a una dama blanca impoluta, sin mancha, a la que rodeaba el eslogan Lavar con Persil es lavar bien o Persil lava por sí solo, dos mensajes sugestivos para no volver a restregar más.