Tristeza, vacío, pesimismo, irritabilidad y dificultad para concentrarse son algunos de los síntomas que, junto a la pérdida de energía, se suelen asociar a la depresión clínica. No hace falta fijarse demasiado para advertir que son trastornos que en estos momentos afectan a buena parte del PSOE. Al menos, a la parte que más se ve, es decir, a la cúpula y a los cuadros medios. Incluidos los barones territoriales, que añaden a estos síntomas uno irrefutable: los ataques de pánico. Hasta ahora se sabía, porque así se ha ido manifestado a lo largo de los años, que el partido socialista padece de ciclotimia, que es capaz de pasar de la euforia al abatimiento al mínimo traspié. Pero en las últimas semanas muchos de sus dirigentes transmiten la sensación de haberse instalado en una especie de postración permanente, que les hace aparecer desorientados, suspicaces, incapaces de apreciar los momentos buenos de la vida. Que haberlos haylos, aunque sean escasos. Véase, por ejemplo, el pacto social sobre la reforma de las pensiones, que ha pasado sin pena ni gloria, olvidado en unos pocos días, pese a haber podido ser, al menos sobre el papel, oxígeno para la campaña electoral del 22 de mayo.

Claro que para ello le tendrían que haber dado algo de publicidad, haberlo utilizado en el agitprop para movilizar un poco a sus electores y para frenar los ataques de la derecha. Y solo se ha visto intentándolo al presidente, José Luis Rodríguez Zapatero, al vicepresidente primero, Alfredo Pérez Rubalcaba, y al ministro de Trabajo, Valeriano Gómez. Los barones, ni lo han mirado de reojo. Porque resulta que los señores del socialismo español (las señoras intentan al menos no perder la sonrisa) no están para nada. Ni siquiera para valorar lo positivo. Porque están desanimados, aterrados por los resultados que les auguran las encuestas y obsesionados por la urgencia de que su líder se inmole en la pira de sus elecciones locales y autonómicas para que, con el anuncio de que nunca más repetirá como candidato, desaparezca, como por arte de magia, el maleficio que ellos creen que les aboca a la derrota electoral. Quienes esperan esa revelación creen, por lo visto, que si Zapatero dice que no se presentará en el 2012, desaparecerá en un pispás el fantasma de la crisis y de las impopulares medidas del Gobierno y las elecciones se disputarán solo en el terreno local o autonómico.

La desorientación es otro síntoma depresivo. Porque no parece que ese anuncio vaya a modificar la campaña del PP ni tenga por qué animar a los votantes socialistas a acudir a las urnas y, sin embargo, sometería al PSOE a una tensión sucesoria irresoluble durante la campaña. Así que un poquito de Prozac, por favor. Y pónganse a lo que les toca: a evitar la derrota o a asumirla, pero por méritos propios.