Sin ensañamiento, casi involuntariamente, el Barça abusó de un Osasuna demasiado inferior como para aprovechar la hipotética distracción azulgrana de la Copa. La abismal diferencia en la clasificación se plasmó sobre el césped, en idéntica proporción al espíritu que desprenden ambos equipos: enchufado el Barça, deprimido Osasuna, al que todo se le puso en contra muy pronto. Tanto, que salió vapuleado en un nuevo festival de los culés que dirigió, como siempre, Leo Messi. El argentino logró su tercer póquer de goles en menos de un año.

Messi olió la sangre de una tarde que pintaba plácida y, motivado como salió tras el triplete de Cristiano, decidió prepararse a fondo para el clásico. Nada de descansar en la banda o de sestear dentro del campo ahorrando energías. Pasó la gamuza por las botas y enfiló a Andrés Fernández, examinándole para comprobar si tiene categoría para sustituir a Valdés cuando el meta se vaya. Le metió cuatro, cabeceó al poste y le anularon un gol.

La catástrofe osasunista se precipitó muy pronto y buena parte de la culpabilidad debe atribuírsela a sí mismo. Arribas vio dos tarjetas por dos manos en 26 minutos --la segunda originó el penalti que dio ventaja al Barça-- y Mendilibar, el entrenador, fue expulsado cinco minutos más tarde por calentar insistentemente la oreja del juez de línea. Hasta entonces, Osasuna solo había cometido dos faltas y había sido capaz de parar el primer golpe asestado por Messi.

La expulsión de Arribas llegó cuando el cuadro navarro estaba asentado en el campo, presionando muy adelantado y creando muchas incomodidades.

Messi transformó el inevitable e indiscutible penalti cometido por el central osasunista, apuntó el segundo gol de su serie particular (antes había sentado a Andrés Fernández con un golpe de cintura maravilloso) , y encarriló la goleada a la que solo se apuntó Pedro. Lo intentaron con denuedo Villa, titular de nuevo tras lesionarse el 10 de enero en la Copa, y también Alexis, que dispuso de la última media hora para corregirse. Ni uno ni otro acertaron en esa inmensa portería pese a la cantidad de balones que recibieron una vez se había saciado Messi.

La falta de puntería local fijó la goleada en el 5-1 que lucía antes de cumplirse la hora de partido, resultado que dejó bien librado a Osasuna. Bordeó la humillación. Aunque no estuviera en el banquillo, a Mendilibar le faltó cintura para cambiar la estrategia general tras la expulsión. Si ya es arriesgado jugar con las líneas adelantadas en el Camp Nou, y hasta la acción del penalti le salió bien al once navarro, seguir igual con uno menos, sin guarecerse y comprimir al grupo atrás es exponerse a la masacre. Igual Mendilibar acabó medio satisfecho: en la Liga pasada se llevó un 8-0 más doloroso si cabe. Tal vez la mayor diferencia respecto a entonces radicara en que el Barça anda ahora repartiendo su atención con otros asuntos. Llegó de Málaga cansado después de un duro encuentro y sabe que se cansará en Madrid. Emparedado en la Copa, Roura introdujo algunas variaciones, no muchas, no fuera caso de que tentara demasiado a la suerte. Cambió, eso sí, a toda la banda izquierda: donde jugaron Alba, Cesc e Iniesta (y jugarán el miércoles en el Bernabéu) aparecieron Adriano, Thiago y Villa. Tres suplentes con aspiraciones de meter la cabeza en el once titular. Desempeñaron una buena labor como acompañantes, sin ningún destello individual. Sabían que la próxima oportunidad no la tendrán en Madrid.