El castillo de naipes hace tiempo que había caído. Lo único que ha hecho Lance Armstrong con la esperada entrevista que concedió el lunes a Oprah Winfrey y que empezó a emitirse el jueves fue confirmar que todo fue una trampa, una "gran mentira" repetida "demasiadas veces".

El ciclista tejano, en una confesión pública histórica pero limitada, ha dado la vuelta a alguna de las cartas sobre las que se edificó esa desilusionante ilusión, pero ha eludido detallar su papel de arquitecto o, al menos, de jefe de obra; no ha explicado la estructura; no ha tenido en verdadera cuenta a las víctimas que cayeron en su construcción.

La admisión, como dijo ayer Travis Tygart, jefe de la Agencia Antidopaje de Estados Unidos (Usada), representa "un pequeño primer paso en la dirección correcta". Para la mayoría, no obstante, sentarse y abrirse solo hasta cierto punto fue únicamente un intento desesperado de Armstrong de iniciar un camino de difícil redención, otra aparición de un hombre frío y calculador que no da ninguna señal de remordimiento o de empatía.

INCULPACION A MEDIAS Las palabras inculpatorias estuvieron ahí nada más arrancar. Con cinco "síes" como respuesta a una batería de preguntas de Winfrey, el que fue campeón reconoció que usó transfusiones de sangre y tomó sustancias prohibidas, incluyendo EPO, testosterona, cortisona y hormona.

Más allá de esas cinco afirmaciones que han grabado ya en los anales del deporte uno de los mayores fraudes de la historia, y de declaraciones que demostraron de forma escalofriante cómo se volvió rutina lo ilegal, Armstrong reveló poco más. Trató de negar, por ejemplo, que la trama de dopaje fuera, como dijo la Usada en su demoledor informe de octubre, la "más sofisticada de la historia del deporte", asegurando que era "profesional sin duda e inteligente" pero también "conservadora y amiga del riesgo". Intentó minimizar su responsabilidad hablando de "una cultura" que plagaba el ciclismo y desmintiendo a los otros corredores que le han acusado de presionarlos para doparse. Se negó a inculpar a otros señalados por las autoridades deportivas, como el doctor Michele Ferrari, también vetado de por vida para el deporte. "En esta historia hay gente buena. No son monstruos, ni tóxicos, ni malvados. A Ferrari yo lo veía como un hombre bueno e inteligente, y lo sigo haciendo".

Hubo en la entrevista momentos de autoflagelación, y no todos los días se ve a Armstrong llamarse a sí mismo "capullo arrogante", "gilipollas" o "macarra" o decir "me merezco esto". Hubo, también, frases que parecían denotar una comprensión del profundo agujero que él cavó y en el que ha caído. Pero hubo también declaraciones que sonaron a excusa (llegó a dejar caer que fue sobrevivir al cáncer lo que le hizo un "competidor feroz"). Se le escuchó decir que nunca pensó que lo que hacía estuviera mal, fuera trampa o le hiciera sentir mal. Y pareció más arrepentido de haber vuelto a la competición en el 2009 porque podía ser pillado gracias a los controles por sorpresa y al pasaporte biológico que por haberse dopado antes. "Lamento haber regresado. Si no hubiera vuelto, no estaríamos aquí".

Solo la UCI vio elementos optimistas en la entrevista, en la que Armstrong, la exculpó, al menos de episodios oscuros como un supuesto pago para ocultar un control positivo.