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Una escena de la película 'Crónica de un amor efímero'.CÓRDOBA

Al margen

Crónica de un amor efímero

Comedia inteligente y agradable en la que se recrean ingeniosos diálologos

Deliciosa película, con ecos del cine de Woody Allen (situaciones que recuerdan secuencias de Annie Hall, Manhattan... ahí están las conversaciones ante obras de arte, los encuentros -raqueta en mano- separados por una red, conversaciones en los vestuarios del club) y diálogos que podrían estar escritos por Eric Rohmer (paseos por jardines), incluso se derrocha pasión cinematográfica como lo hacía François Truffaut cuando tocaba este mismo tema y elevaba la imagen con música -aquí se navega entre Mozart y Serge Gainsbourg cantado por Juliette Greco- y alguien robaba un beso como lo hacía Antoine Doinel, encarnado en Jean-Pierre Léaud.

Se le nota demasiado el buen gusto a Emmanuel Mouret (Las cosas que decimos, las cosas que hacemos, 2020) cuando escribe, junto a Pierre Giraud, un guion cargado de naturalidad a la hora de poner en escena el amor y la pasión que va construyéndose poco a poco y sin que los protagonistas sean muy conscientes de ello, simplemente se dejan llevar. Es una pena que no podamos escuchar las voces de Sandrine Kimberlaine (encantadora siempre) y Vincent Macaigne (buena interpretación que sabe empatizar), porque últimamente para asistir a versiones originales de los títulos más interesantes hay que desplazarse a Sevilla o Málaga, si se quieren ver en pantalla grande, o esperar dos años -si hay suerte- y los programa Filmoteca de Andalucía dentro de su ciclo Estrenos en fin de semana.

Comedia inteligente y agradable, por tanto, muy alejada del «jiji, jaja», en la que se narra con agilidad y se representa con verosimilitud lo que comienza como una relación furtiva y pasajera entre una mujer libre y un hombre, algo menor que ella, casado y con poca experiencia en infidelidades. Aunque ambos pactan que no habrá compromiso alguno ni pasión, poco a poco asistiremos a lo que el destino tiene preparado para ambos, siempre en un marco de elegancia y dejando fuera de campo cualquier escena de sexo -sólo vemos el antes y el después-, recreando ingeniosos diálogos mientras pasean por parques, museos, cines o cafés. Todo muy francés.

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