La frontera de las seis de la tarde como límite para las actividades no esenciales y la reducción aún mayor del aforo han caído como un mazazo sobre el mundo del espectáculo, público y artistas, habituado a horas más brujas del día. Los programadores se están viendo abocados a cancelar o reprogramar. En esta situación, la Orquesta de Córdoba modifica sus dos siguientes conciertos de abono en contenidos y horario. Se cae el pianista Iván Martín, invitado a tocar el segundo concierto de Chopin dentro del marco del suspendido Festival de piano Rafael Orozco, y la nueva hora de los conciertos, extraña y arriesgada hora, será las cuatro de la tarde.

Hablando de este drama cultural y económico a partes iguales, una amiga del IMAE me decía, no sin cierto humor, que no se imaginaba asistiendo a una tragedia griega de día, a pleno sol. Y sin embargo, pensaba yo, los que asistimos al reciente espectáculo de María Pagés un sábado de lluvia a las doce del mediodía nos enchufamos a la pasión flamenca desde el primer momento. Asistir a una función sin el agotamiento del final de una jornada laboral ayudó a sostener la concentración. La covid19 desnuda y nos obliga a repensar nuestra cotidianidad. Veremos.

Cambio de programa por la cancelación del pianista Iván Martín

Sale Chopin y entra Mozart junto a Schumann para un programa rebautizado Cien años de música, que son los cien años que van desde el año del nacimiento del salzburgués, 1756, al de la muerte del alemán, 1856. Cien años de romanticismo podríamos decir. El poeta André Gide señalaba que la obra clásica no es bella sino en virtud de su romanticimo subyugado. Ese arco de cien años es, en realidad, el del triunfo de la forma sonata como marco de contención y dominio de esas pasiones y sentimientos enigmáticos del espíritu romántico, ya presentes por cierto en Mozart, que, en palabras de Harnoncourt, «fue el primer gran compositor romántico».

Porque solo un espíritu romántico comenzaría una sinfonía con ese potentísimo salto de octava en forte. Es una pujanza vital que busca el impacto y la sorpresa. La sinfonía en re mayor, Haffner, compuesta en 1782, es la obra de un hombre libre, alegre, ocupado, que lleva un año viviendo en Viena, trabaja en su nueva ópera, El rapto en el Serrallo, y necesita música para sus conciertos por suscripción. Las costuras clásicas no deben distraernos de la exaltación presente, los contrastes, esos melancólicos cambios de tonalidad de mayor a menor, ese chiaroscuro.

Y si hay un epítome del músico romántico, ese es Robert Schumann. En él convive lo sensible e íntimo con lo arrebatado y desequilibrado. Una personalidad compleja y pluriforme, un genio creativo cuyas enfermedades nerviosas agudizaron su sensibilidad hasta la autodestrucción. Su sinfonía en do mayor, numerada como segunda, fue en realidad la tercera de sus creaciones sinfónicas compuesta en invierno de 1845, en un periodo creativo que se sucedió a una grave crisis nerviosa en 1844. Quién diría que el mismo músico que imaginó esa entrada del tema principal suevamente sobre un lecho resplandeciente de cuerdas moriría, años más tarde, agotado, presa de alucinaciones, en un hospital de cuidados mentales. Puro romanticismo.