Con las medidas de confinamiento ampliadas hasta el 15 de mayo tras constatar más de 270.000 contagios de coronavirus coronavirusy más de 21.000 fallecidos, Nueva York, la ciudad que nunca duerme, permanece en estado comatoso pero viva. Lo cuenta Laura Cejas, una cordobesa afincada en Manhattan que lleva más de tres semanas confinada en casa junto a su marido. «En este momento, se ven imágenes de la ciudad medio vacía que resultan muy inquietantes comparadas con un día normal, pero el aislamiento no es tan drástico como en España», asegura. Acostumbrados a vivir en un gran hormiguero en el que millones de personas se mueven día y noche, el parón de la actividad económica es lo más impactante. En el estado de Nueva York, el confinamiento es más una apelación a la responsabilidad de cada uno que una imposición, por lo que las autoridades pueden multar a las empresas incumplidoras, pero no a las personas. «La gente respeta el distanciamiento social, sale lo justo para comprar y teletrabaja, pero está permitido salir a hacer deporte por ejemplo y el Metro funciona aunque en horario reducido».

Antes de la alarma

Laura, embarazada de cuatro meses, decidió recluirse en casa antes de que el Gobierno decretara la medida, alarmada por las noticias que llegaban de España. «El 30% de los casos se están dando en Nueva York, lo cual es lógico por la enorme densidad de población de la ciudad», señala Cejas. Empleada freelance en distintas touroperadoras, está en paro desde que se decretó la alarma. «El turismo está muy tocado, el 95% de la gente se ha quedado sin trabajo y ahora el Gobierno estudia si establece alguna ayuda equivalente a la prestación por desempleo».

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Como en España, el anuncio del encierro dio lugar a enormes colas en los supermercados, «lo que era contradictorio con las medidas de distanciamiento social», explica Laura. «Al cabo de un tiempo, esto cambió y ahora se ha impuesto la compra por internet de tal manera que todos los proveedores que se encargan de ese servicio tienen lista de espera de semanas». El seguro médico es el gran hándicap para la población en una alarma sanitaria como esta. «Aquí no hay sanidad pública, normalmente cuando trabajas tu empresa te cubre el seguro, al quedarme en paro yo estoy con el de mi marido; si alguien sin seguro enferma y tiene que ser hospitalizado, la factura puede ser de entre 20.000 y 50.000 dólares». Con suerte, cuando su hijo nazca en septiembre, esto habrá pasado.

Calles desiertas

Aunque las calles estén casi desiertas, el corazón de la ciudad sigue latiendo en las casas. Hace unos días, más de 8.000 neoyorkinos tomaron la voz cantante y desde terrazas y balcones de la Gran Manzana y barrios como Queens o Brooklyn entonaron el New York New York de Frank Sinatra en respuesta a una iniciativa del coro Peace of Heart. En la zona de Laura no se oyó. «Cada bloque hace cosas diferentes, hay edificios con altavoces con música para el resto, pero lo único que hace todo el mundo son los aplausos como en España a las siete de la tarde».

La imagen de Nueva York que ven estos días los cordobeses Juan Rubio y su mujer y José María Moreno. Ambas familias residen en una zona residencial en Westchester, un pueblo de 15.000 habitantes que se encuentra a media hora en tren de la estación Gran Central de Nueva York. Juan Rubio, director general de la empresa Genially, se instaló hace siete meses en Estados Unidos y el confinamiento le ha pillado en pleno proceso de adaptación. «Donde vivimos no tenemos esa sensación de claustrobia, no hay colegio, la mayoría de la gente teletrabaja y quienes salen respetan el distanciamiento social», señala. «El mayor impacto va a ser para las niñas, que estaban en plena inmersión lingüística y esto va a suponer quizás un retroceso en el aprendizaje del idioma». Tanto él como su mujer, que prepara su doctorado, están acostumbrados a trabajar en casa, pero Juan ha dejado de ir a su lugar de coworking y suspendido las visitas de negocios: «Está por ver el enorme impacto económico».

A poca distancia de Juan vive su cuñado José María Moreno, otro cordobés que aterrizó en Nueva York en el 2001, un mes antes de que cayeran las Torres Gemelas, y que ahora vive la cuarentena en casa, donde sigue dando clases on line, que ya no volverán a clase. Para que no se desmoralicen, él y otros profesores han organizado un desfile de coches para saludar a los chavales en su encierro y animarles. «Estoy más pendiente de lo que pasa en España que de lo que ocurre aquí, solo veo el debate diario del gobernador de Nueva York con su hermano periodista», explica, «me parece bien su estrategia de total transparencia». Con ellos está su padre, que aterrizó en EEUU horas antes de que se cerraran las fronteras. «En teoría, viajará de vuelta a España el 31 de mayo y, de momento, no le han cancelado el vuelo, pero no sabemos qué pasará».