Decía Saramago que los únicos interesados en cambiar el mundo son los pesimistas, porque los optimistas están encantados con lo que hay. Bien podría entrar Herminio Trigo (Córdoba, 1943) en esa categoría de pesimista obstinado, aunque a sus 76 años asume haber sido «vencido por el sistema» que soñó con cambiar. En primavera, este maestro de profesión y el exalcalde de la ciudad con la mayor nómina de inauguraciones de la democracia, presentará sus memorias.

-Se cumple el 40 aniversario de la constitución de los ayuntamientos democráticos. Usted estuvo en la del cordobés. ¿Qué recuerdos tiene de esa época?

-En el plazo de dos años, pasamos de la clandestinidad a gobernar, y nos encontramos con varios problemas. El fundamental: que no tienes ni idea de cómo se hace y que todas las teorías que quieres aplicar si llegas al poder no puedes aplicarlas por las limitaciones de la legalidad y los recursos. A fin de cuentas, es una especie de frustración pero con muchas ganas de hacer cosas, y si no podíamos hacerlas de una manera, buscábamos siempre otra. Aprendíamos con una rapidez pasmosa. Yo aprendí más que en la Universidad, incluso de Urbanismo.

-Aprendió tanto, que en su tiempo como alcalde (1985-1994) se aprobó el PGOU de Córdoba.

-Sí. El PGOU nos permitió un desarrollo ordenado y supuso un cambio total en la ciudad, pero fue complicado. Nos encontramos con un problema serio heredado de la dictadura, y es que el alcalde Antonio Alarcón, viendo el final del régimen, tomó la decisión de quedarse quieto. Mantengamos los servicios, pero no emprendamos cosas nuevas, dijo. Cuando llegamos nosotros la ventaja fue que no había mucho que deshacer, pero el inconveniente es que había muchísimo que construir. Barrios sin agua, servicios municipales sin material, no teníamos ni sede municipal. Las dificultades nos las planteábamos con humor y como retos, eso sí, sin descansar. Yo atendía en la Taberna Salinas, porque no tenía ni despacho. La gente que pusimos en marcha los ayuntamientos hicimos creíble la democracia y se notó el cambio. Se trataba de demostrar que la democracia era mejor que lo de antes. Hacer cosas nuevas era ilusionante, nosotros íbamos al Ayuntamiento a cambiar las cosas.

-¿Cómo ha cambiado la forma de hacer política municipal?

-En los primeros años de la democracia, el trabajo fue introducir cambios importantes. Después, el trabajo ha sido ir solucionando problemas de otro tipo. Nosotros queríamos hacer un modelo de ciudad y hacerlo con participación ciudadana, que fue nuestro emblema y hasta los exportamos fuera de Córdoba. Ahora, quizá, se carece de modelo de ciudad, y se va a salto de mata.

-¿Y la política nacional? ¿Por los mismos derroteros?

-Decía alguien que los políticos de la transición eran políticos con capacidad de ver el Estado. Encontrar un consenso en torno al hecho constitucional hoy sería imposible. Se ha perdido esa capacidad. Hoy es la trinchera y la confrontación feroz. En vez de basarse en las ideas y los modelos, la política de hoy se basa en los sondeos de opinión, que se han creado en función de la cultura de lo naif. La opinión pública de hoy es muy influenciable. Me asombra que el programa más visto de este país sea Sálvame. En parte todo es culpa del sistema educativo, que no acaba de funcionar correctamente.

-He leído que piensa que la traición es lo que mejor define la política. Un poco pesimista, ¿no?

-Soy pesimista. La política es poder. Hay quien entiende que se puede obtener por métodos civilizados y quien no. No he visto en mi vida la cantidad de mentiras que se dicen hoy. Y se dicen con impunidad, con naturalidad y como si fuesen la verdad. Las llaman fake news, pero son mentiras de toda la vida de dios. Lo que más me conmueve es que quien miente sabe que su mensaje va a calar. Por ejemplo, con motivo de formar gobierno, hay críticas de la derecha que no me explico. Están negando la mayor de manera zafia, porque hablan para sus fieles votantes.

-Con este panorama, ¿cree que habrá gobierno antes de 2020?

-Todos quieren: PSOE, Unidas Podemos, Esquerra y la mayoría de la sociedad. Hasta el PP, pero quiere desgastarlos antes de empezar. El PP no quiere otras elecciones con Vox echándole el aliento en el cuello. Quiere que el gobierno nazca ya tocado. Que lo haya antes de Navidad dependerá de cómo Esquerra Republicana apacigüe su patio.

-¿Se sigue sintiendo igual de cómodo en el PSOE como cuando ingresó en el partido en el 2001?

-Yo ya no estoy en el PSOE. Me di de baja hace dos años. Entré en el PSOE con Nueva Izquierda y estuve en la ejecutiva andaluza y el comité federal. Pero con sincera franqueza y con lealtad, en esos órganos hice lo que tuve que hacer. Cuando Chaves se marchó, yo me marché y dejé la política activa. Había dejado de pisar las agrupaciones y la política municipal no me convencía, pese a los intentos de cambiar muchas cosas de Ruiz Almenara. Cuando Isabel Ambrosio logró la Alcaldía me ofrecí a ayudar, pero solo me tomé un par de cafés con ella. Había dejado de aportar y pensé que había dejado de ser útil.

-Un vistazo rápido a su currículum como alcalde debe acobardar a cualquier aspirante a la Alcaldía: creación del Jardín Botánico, estación del AVE, Mercacórdoba, Pabellón Vista Alegre, Estadio del Nuevo Arcángel, puente del Arenal...

-Y la estación de Renfe. Pero no estuve solo. Para gobernar yo procuré formar buenos equipos. Ahora los dirigentes se rodean de quienes no destaquen mucho para que no les hagan sombra. Yo hice al revés. Antes de la fidelidad, busqué la capacidad, lo que me llevó a tener desencuentros con el partido (entonces el PCE). Todas esas cosas se hicieron bajo fuertes presiones porque no teníamos mayoría. Lo pasamos mal, pero yo le decía a los concejales: aquí somos minoría, ¡vámonos a la calle! Nos dejamos el pellejo en las asociaciones de vecinos y en las peñas. Ahora la política se ha burocratizado mucho y la participación se ha convertido solo en una costumbre y, a veces, molesta.

-Llegó por cierto a la Alcaldía después de Julio Anguita. Sucederle no sería fácil.

-Claro, yo no era el alcalde de Córdoba, sino el sucesor de Anguita. Nadie conocía mi nombre al principio. Él era el califa rojo y yo no llegué a califa. Pero a mí no me pesó para nada. Siempre he dicho que somos muy diferentes. De él aprendí muchas cosas, pero es más de pensamiento político y yo, de gestión.

-¿Hacia dónde debe ir Córdoba? -Yo quiero mucho a Córdoba, nací en esta ciudad, pero ¡qué duro es vivir aquí! Por la incomprensión y esa forma de ser cordobesa que es muy cainita. Córdoba debe ir donde digan sus ciudadanos, creo que no nos damos cuenta de lo que tenemos. Somos nudo de comunicaciones, tenemos cuatro declaraciones de la Unesco, pero las estamos quemando porque solo vemos en ellas el negocio.

-Estos días celebramos el 25 aniversario de la Declaración del centro histórico como Patrimonio Mundial, lo que ocurrió durante su mandato como alcalde. ¿Cree que la ciudad ha estado a la altura de aquella designación?

-La declaración se empezó a pedir para la Mezquita con Julio Anguita. Queríamos que se protegiera el casco para que siguiera siendo un modelo de urbanismo, historia, cultura y convivencia de la gente, y queríamos colocar a Córdoba en el mapa del mundo. Jamás vimos que fuese un negocio. De hecho, no lo era. Traía consigo mucho gasto para el Ayuntamiento para cumplir las exigencias de la Unesco. Y nos costó vender la idea porque el cordobés siempre ha aplicado el principio castellano de que el buen paño, en el arca se vende. Así que cuando empezamos a decir que había que promocionar la Mezquita, le gente nos decía: «¿Para qué? Quien quiera, que venga a verla». Después descubrimos que la Mezquita no la conocía casi nadie ni en Córdoba y tuvimos que fletar autobuses de Aucorsa los fines de semana desde los barrios.

La declaración del casco, que nos denegaron varios años, tuvimos que defenderla en muy poco tiempo, y se hizo con una comisión formada por Pedro Roso, Pedro Ruiz, Paco García Verdugo, Manuel Pérez y Juan Carlos Hens. Hicieron un documento magníficos, y aunque el Icomos nos apretó las tuercas, al final lo conseguimos. Una ciudad sin industria había que ponerla en el escaparate por su patrimonio.

-¿Cómo ha sido el desarrollo de aquellas aspiraciones?

-Me preocupa mucho, porque estoy viendo que estamos matando a la gallina de los huevos de oro. En el casco hay cada vez más restaurantes y menos vecinos. Las ciudades no son parques temáticos, sino la vivencia de personas en un espacio. No echemos a la gente, porque si no nos lo cargamos. Hay un furor sin sentido por llevar allí todas las manifestaciones artísticas, espirituales y lúdicas que pone en peligro el patrimonio. Hay que escuchar a los vecinos, que están indignados. Habría que hacer un trabajo serio sobre eso.

-Se ha conformado una comisión para elaborar un plan del casco.

-En la comisión cada uno va a defender su interés y no saldrá nada. Habría que hacer un estudio técnico multidisciplinar que diga qué hacer para evitar que la calle Deanes, por ejemplo, sea solo un zoco. Esas medidas, luego, sí se pueden llevar al debate que alumbre un camino para no matar a la gallina. Si no la gente va a terminar yendo a comer salmorejo y rabo de toro y poco más.

-¿Foro Romano y avenida del Flamenco deberían llamarse Cruz Conde y Vallellano?

-He seguido esta noticia con tristeza, porque quieren burlar la ley de Memoria Histórica. Quitar el nombre es una burla a la ley y un retroceso para la sociedad. Estamos en el proceso de enmendar lo que no se había hecho. No es, como dice la derecha, una vuelta a la confrontación. Es reconocer que en la guerra y la posguerra se hicieron las cosas muy mal y están sin resolverse. Hay que quitar esa mancha de la historia de España, y que por lo menos haya un reconocimiento social de que se hicieron las cosas mal. Se ha hecho en todos los conflictos civiles. ¿Por qué no se puede hacer en España? Es sencillo reconocer que hubo personas encumbradas a pesar de que lo hicieron mal, y en algunos casos hasta asesinaron. Las víctimas, además de enterramientos dignos, necesitan una reparación y que estos personajes no tengan ningún reconocimiento público. Además se está haciendo de la forma más comedida posible. No se trata de humillarlos. Cruz Conde y Vallellano hicieron lo que hicieron, cosas bien y mal, pero participaron en esta historia. Se quita el nombre y queda su obra.

-¿Es usted un cordobés típico o abomina del tópico?

-Soy cordobés, nacido en San Basilio, mi patio de recreo era el de los Naranjos. Lo que me molesta es el conformismo de la gente en su forma de actuar. Por suerte, vislumbro una tendencia por el emprendimiento a la que hemos llegado tarde, pero por lo menos estamos llegando.

-¿Cómo era Herminio de niño?

-Fui el varón único de una familia de tres, muy cuidado por mi madre, Isabel, que hasta me llevaba al instituto Góngora. A ella le debo mi formación. No tenía muchos amigos, porque también los elegía ella, pero jugaba mucho aunque luego me ganara la bronca. Fui un niño del franquismo, criado en la falta de libertades y en el nacionalcatolicismo, por lo que mi visión de la realidad estaba descontextualizada. El mundo real lo descubrí ya de mayor y, cuando eso pasó, salí rebotado porque lo que me habían contado no era verdad. La lectura y los amigos me abrieron un mundo distinto, que era el que estaba persiguiendo. Un mundo que luchaba por la igualdad y porque hubiera menos pobres. En el PCE encontré eso porque el partido no predicaba el comunismo, sino la democracia, porque ante todo era un partido antifranquista.

-¿Cree que al joven que usted fue le caería simpático el hombre que es hoy?

-Supongo que sí, porque he evolucionado pero los principios siguen siendo los mismos. Los años te hacen más escéptico y dejas de tener futuro, tienes pasado. Después de tanto tiempo en política te das cuenta de que nada cambia. Los pobres siguen siendo los mismos, y ahora más todavía. Hay más desigualdad, menos solidaridad. Los principios por los que luchábamos no se van a conseguir nunca. Quizá porque la especie humana es así. A mí me han derrotado, me ha vencido el sistema. He luchado y cambiado las cosas que he podido, he tenido la suerte de intervenir en cosas importantes para el colectivo.

-Hombre, ha dejado varias cosas.

-Sí, porque tuve la ocasión y la aproveché. Cuando paseo por algunos sitios que alumbramos nosotros, cosas pequeñas como el parque de los poetas con ese mural de Duarte, me reconforto.