Más de 500 cafés y 200 bocadillos de calamares diarios, 3.000 menús servidos al mes, tortillas de patatas de 10 centímetros de altura, 47 camisetas del Córdoba CF poblando las paredes y 18 empleados recorriendo a toda pastilla el camino entre la cocina y el comedor. Esos son algunos de los números que definen Casa Antonio, uno de los bares más emblemáticos del polígono de La Torrecilla que regenta Antonio Sánchez Pérez, tanto o más emblemático que su bar.

Antonio empezó a trabajar con once años. Dice que estudiar no era lo suyo, así que se colocó de platero cuando apenas levantaba tres palmos del suelo. Inquieto, autodidacta y emprendedor, siguió en la platería hasta que con 18 años se convirtió, por azar, en disc jockey en una discoteca, el Club 2000, en el Sector Sur. «Entré allí el día en que un amigo mío cumplía los 18 años, un chaval estaba pinchando la música y a mí eso me gustó, así que me ofrecí a hacerle los descansos y las vacaciones y ese mismo día ya estaba pinchando discos. ¿Para qué esperar?». En esa época, recuerda, las discotecas como Club 2000, el Golden o Saint Cyr Club eran los sitios donde acababan todas las celebraciones en Córdoba, «las bodas sobre todo, porque muchos salones no tenían aún espacios grandes para bailar y beber después de las cenas». Sonaban por entonces canciones «de los Zepellin, los Beatles y Los Bravos, esas cosas de los 70 con las que alternábamos en sesiones de baile lento y rápido», rememora. «Ahora ya ni siquiera estoy al día de la música», añade.

Trabajó veinte años en la noche hasta que un día decidió cambiar el tercio y probar en la hostelería a plena luz del sol. «Cuando empecé en esto tendría ya 38 años y no sabía ni hacer un café, tuve que aprenderlo todo de cero», explica. Viéndolo levantar la persiana a las seis menos cuarto de la mañana, resulta difícil imaginar que fuera un ave nocturna. «No creas que no me costó, de irme a la cama a las dos de la mañana, tuve que pasar a despertarme todos los días a las cinco y media», cuenta, aunque no se arrepiente. «Me siento un privilegiado porque a las cinco de la tarde se cierra y tienes el resto del día libre, además de los domingos y los festivos», asegura, «y eso no es nada habitual en la mayoría de los bares». Su destino ha estado ligado a La Torrecilla desde hace más de 25 años. «Empecé en la cafetería de la Seat y luego me fui a Vat Sur, en la Volkswagen», explica, hasta que en el 2005 decidió instalarse por su cuenta y abrió su propio negocio en la avenida Amargacena. Antes de eso, tuvo una experiencia en el bar de la comandancia del Cuartel de la Guardia Civil, pero «a los ocho meses, me fui de allí, no había margen y cuanto más vendías más perdías», asegura. Es todo un clásico del polígono aunque a su casa llega gente desde todos los puntos de la ciudad y de la provincia. «Tenemos clientes fijos desde hace muchos años que traen a sus hijos y celebran aquí sus eventos familiares». Cuando abrió el negocio, su ilusión era ser su propio jefe, así que alquiló una nave que aún estaba sin luz ni agua cuando él llegó y que levantó de cero. Ahora está a punto de comprarla. «En aquella época había una serie que se llamaba Come y calla; a mí se me ocurrió ponerle ese nombre al bar, pero me acuerdo que estando un día delante de la nave pasó por aquí Fernando de la Bartola y me dijo: ¿tú no te llamas Antonio? Pues llámalo así». Lo de casa tampoco es baladí. «Aquí he pasado más horas en mi vida que en mi propia casa», confiesa antes de abrirse paso a la cocina, donde todo va a la misma velocidad que Antonio. «Aquí trabajan cinco personas, mira», dice señalando a un dúo que está entretenido en la limpieza de un gran barreño de calamares junto a otros que voltean una de sus enormes y laureadas tortillas.

Antonio, que ya ha cumplido los 66 años, sigue al pie del cañón. Siempre a su lado, se mueve a toda velocidad su hija Cristina, otra polvorilla digna heredera del negocio que ha echado los dientes trabajando con su padre. «Empecé con 14 años», dice con su amplia sonrisa mientras controla el tráfico de platos que entran y salen. Trabajo no le ha faltado. Ni a ella ni a una larga lista de empleados veteranos que, como Pablo, que lleva 25 años a su lado, dicen de Antonio que para ellos es «igual que un padre». Por el comedor de Antonio han desfilado todos los jugadores del Córdoba de varias generaciones, futbolistas de otros equipos, actores, músicos, cantantes atraídos por la valiosa publicidad del boca-oreja. Puro nervio, vive con cinco muelles después de haber sufrido «tres infartos, uno con 39 años cuando trabajaba en la Seat, el otro estando en Vat Sur y el tercero estando ya aquí, un día comprando en la plaza». De espíritu joven, no se imagina metido en casa, «porque si hago eso, me parece que me hago mayor de golpe», dice seguro. Y eso que su vida no se ciñe solo al trabajo, también es conocido por su faceta solidaria, que le ha hecho merecedor de varios reconocimientos. Esta Navidad volverá a ser paje en la Cabalgata de los Reyes Magos. «Me encanta ver la cara de felicidad de los niños».