Alfonso Carlos Fernández tiene 29 años, mide 1,69 metros y pesa 163 kilos, un peso aún muy elevado que, sin embargo, se ha visto reducido en 15 kilos después de someterse en el hospital Reina Sofía a diez días de una estricta dieta de solo 1.000 calorías y una delicada intervención de reducción de estómago que duró más de tres horas y en la que, además de actuar sobre el órgano encargado de la digestión, se extirpa la vesícula para evitar que acumule piedras y se corta parte del intestino.

Gemelo de un hermano con el mismo problema, Alfonso sabe que ahora su obesidad puede tener los días contados. "El se operó hace seis meses y ya ha perdido 50 kilos", explica a modo de ejemplo, "ya que al reducirte el estómago, tu cuerpo se sacia antes y no eres capaz de comer tanto como antes".

Para ello, es necesario no caer en ciertas tentaciones como las bebidas gaseosas que, generalmente, vuelven a dilatar el tamaño de este órgano y, en consecuencia, a devolver al paciente a su estado original. La gordura de Alfonso no siempre fue motivo de preocupación para él. "Yo no me he operado por motivos estéticos sino por salud, siempre he estado rellenito y he sido un gordito feliz, sin complejos, pero desde que empecé a trabajar con el camión hace cuatro años, la cosa fue empeorando porque comía muchos bocadillos, dulces..., dejé de hacer ejercicio y mi sobrepeso se convirtió en un problema".

"Estuve a punto de perder el trabajo"

Su vida se transformó así por completo, a la vez que mermaba su movilidad. "Durante mucho tiempo, he estado de casa al trabajo y del trabajo a casa porque no podía casi moverme y andaba con mucha dificultad, tenía problemas respiratorios, cardiovasculares, dormía sentado en un sillón porque me asfixiaba, y la apnea del sueño hacía que me quedara dormido en cualquier parte durante el día". A punto estuvo de perder el trabajo por ese motivo ("mi jefe, que se ha portado muy bien conmigo, no podía tener al volante a alguien que se quedaba dormido de esa forma", aclara), pero justo antes de que eso sucediera y tras dos años en lista de espera, recibió la llamada que le ha cambiado la vida por completo.

"Antes de operarte, tienes que pasar un examen psicológico para ver si estás preparado no solo para la intervención sino para lo que viene después, que requiere mucho convencimiento", explica mientras se mira la venda que aún cubre la cicatriz que le ha quedado en el estómago.

Su madre, que se encuentra a su lado durante la entrevista, asegura que, si bien puede haber algún aspecto genético hereditario que haya influido en que sus dos hijos padezcan obesidad mórbida, lo cierto es que la mala alimentación ha hecho el resto. "Han sido chavales que han comido muchas porquerías", comenta, a lo que su hijo responde con más detalle. "Yo me comía los donuts por paquetes, la bollería industrial, las pizzas, muchas patatas fritas, cantidad de Coca Cola, comida rápida y poca verdura y fruta, eso no me ha gustado nunca". De hecho, antes de ser hospitalizado se despidió de su gordura comiéndose un dulce. "Fue más el deseo al verlo en la vitrina que las ganas de comérmelo porque después del primer bocado ya no quería más", asegura.

Su vida social nunca se ha visto afectada por este motivo. "Tengo muy buenos amigos a los que no les ha importado si estaba gordo o flaco y aunque tuve una novia, ahora lucho por mi soltería, porque la verdad es que para ligar tampoco he tenido demasiados problemas porque le echo mucha cara", dice, exento de cualquier tipo de complejo y ajeno a toda discriminación entre los miembros de su círculo más cercano. A pesar de esa actitud tan positiva, sus actividades de ocio se vieron notablemente reducidas a raíz de que su peso se disparara.

"Cuando estás tan gordo, hay muchas cosas que no puedes hacer, desde ir al cine, porque no cabes en los asientos, a sentarte en una terraza en verano, porque tampoco hay sillas donde tú te puedas meter y, en la playa, yo no era capaz de bañarme porque se me clavaban las piedras ni de pasear porque no podía tirar de mi cuerpo".

Al oírlo hablar, Dori, su madre, interviene para aclarar que, en ocasiones, esa falta de movilidad puede ser interpretada como pereza por otras personas. "Mi otro hijo, que está casado y tiene un niño pequeño, no podía jugar con él y eso, a veces, parece que es porque no quieres no esforzarte o que prefieres estar en el sillón, pero realmente ellos no podían tirar de su cuerpo antes de la operación".

A partir de ahora, queda la parte más difícil. "Tengo que reeducar a mi estómago, en eso estoy".