Hace pocas fechas, ya cercanos a este próximo martes que se celebra las festividad del apóstol Santiago, una app de las dedicadas al Camino de Santiago abría una encuesta para conocer cuál de los itinerarios oficiales era el que más gusta a los peregrinos. Repasé los que había realizado y, sin dudarlo, señalé la pestaña del Camino de la Plata. En algunas ocasiones la preferencia en el elegir viene marcada por la eliminación previa de otros aspirantes. No era este el caso. Ya que tanto el Camino Francés, como el Aragonés, como el Camino del Norte, como el Portugués reúnen sus atractivos. Incluso dos de ellos, Francés y Norte, con el añadido de que están declarados Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco. El Francés, un bullicio, repleto de poblaciones y monumentos; el del Norte, regalando de continuo al peregrino una naturaleza profusa e infinita con la compañía siempre cercana del Cantábrico hasta el límite con Galicia; y el Portugués, lindero con la civilización y la industria y el océano pausado de sus rías. La austeridad del Camino de la Plata -el Mozárabe ya lo inicié en Córdoba, el Sanabrés en su tramo final- carecía de los argumentos que exhiben a borbotones los otros, pero precisamente de su sobriedad y silencio nació mi predilección. La entrega a la soledad en este largo paseo por Andalucía, Extremadura, Castilla y León y Galicia deja de ser un misterio interior desde el mismo momento que te haces cómplice de él y, como yo hago hoy, transmisor de sus valores.

La génesis Desde hace años siempre mantuve el deseo de enhebrar las etapas de un camino para unir Córdoba, mi tierra, mi casa, con Santiago de Compostela, a la que tantas veces he llegado por las trazas de otros peregrinos en otros parajes. Mi deseo lo frenaban aquellas informaciones que erróneamente utilizaba de la mala señalización hasta llegar a Mérida, cuando el Mozárabe se une con la Vía de la Plata. La lectura de la excelente guía editada por la Asociación de Amigos del Camino de Santiago de Córdoba con el apoyo de la Diputación de Córdoba y la contundencia del compañero Antonio Navarro, insistiendo cada vez que me veía en la perfecta señalización de la que había participado, terminaron por convencerme. Ya no tenía excusas. Llevaba razón mi amigo. Las marcas, los hitos, señalando el camino hacían imposible perderte. En las calles de Córdoba luciendo en azulejos y una vez franqueado el puente que cruza el arroyo Pedroche, a espaldas del barrio de Fátima, la aparición del granito y la flecha amarilla. En la Loma de los Escalones, en Cerro Muriano y hasta El Vacar. Allí terminé la excursión, que se convirtió en la primera de las 32 etapas que me llevaron a Santiago. La mayoría de ellas en solitario, aunque en tierras castellanas me acompañó Concha, mi esposa, y en el tramo final, el Camino Sanabrés, en collera con mi hermano Rafael.

Sierra Morena Indescriptible por la belleza de los parajes atravesar Sierra Morena con referencia a la etapa entre Villaharta y Alcaracejos, atravesando el arroyo Guadalbarbo y el río Cuzna. Había sido un otoño de fuertes lluvias y el caudal de ambos era muy superior a lo habitual. Después de una hora de búsqueda encontré un paso por un antiguo puente, fuera del recorrido, para el Guadalbarbo. No hubo esa posibilidad en el Cuzna y no tuve más remedio que cruzar sus revueltas aguas. Un error me llevó a caer del lado del torrente, arrastrándome las aguas más de 50 metros. Faltó muy poco para ahogarme. De la provincia se sale por el término de Hinojosa con última referencia en el río Zújar y en la ermita de Nuestra Señora de Gracia de las Alcantarillas. Desde allí a Monterrubio de la Serena, Castuera, Campanario y Medellín. Mi recuerdo para el párroco de la iglesia de la Magdalena de Castuera que selló mi credencial instantes antes de oficiar un funeral. En Medellín me tropecé con su castillo, el anfiteatro romano y el Guadiana. Majestuoso el discurrir del río en esta tierra de conquistadores a pesar de estar alfombrado por una planta acuática, el camalote, que crece sin control desde que empezó a conocerse su daño a fauna y flora en la cercana Mérida.

La Vía de la Plata En la capital de Extremadura el Camino Mozárabe llega a su fin y fluye en el Camino de la Plata. Los restos del legado romano nos guían por una Mérida Patrimonio de la Humanidad y nos sacan hacia el norte junto al acueducto de los Milagros. Desde aquí el panorama para el peregrino se transforma. La dehesa extremeña te atrapa por todos los costados. Tras superar el embalse de Proserpina realicé un largo y excitante paseo por la dehesa. Encinas y alcornoques de múltiples tamaños, alturas y espesuras jalonaron mi camino otoñal -pero muy frío- en solitario, sin ruidos, roto en ocasiones por las gritonas grullas. Abandonas la provincia de Badajoz por el Parque Natural de Cornalvo con vestigios romanos salpicados por toda su geografía serrana. Cáceres te devuelve a la monumentalidad de Córdoba y Mérida. También Patrimonio de la Humanidad. Pasada la capital quizás esté el punto más complicado del camino. Rebasado Casar de Cáceres la traza te lleva por lo que fue calzada romana hasta el embalse de Alcántara que recoge entre otros las aguas del Tajo y el Almonte ya camino de Cañaveral. Muchos kilómetros, cerca de treinta, sin una fuente para repostar son demasiados para hacer esta etapa en verano o en días de alta temperatura. Para colmo, las obras salvajes del trazado del AVE a Portugal han desintegrado muchos tramos del camino, obligando al peregrino a procesionar por la sinuosa N-630 que junto a la autovía A-66 te acompañará hasta bien entrada la provincia de Zamora en la búsqueda del Camino Sanabrés. Queda el consuelo de los miliarios romanos, algunos recopilados a la entrada de los pueblos, muchos sujetando la valla de piedra de una finca de la dehesa y otros aguantando siglos de soledad en el mismo sitio en que fueron colocados. La Vía de la Plata es la calzada romana de Europa que mantiene el mayor número de miliarios, más de 200. Entre uno y otro mil pies romanos, equivalentes a 1.480 metros.

El Arco de Cáparra Una sorpresa la llegada a Galisteo, ciudad bimilenaria. De su importante pasado queda en pie la muralla, que todavía rodea completamente la parte antigua de la villa. Un aperitivo para lo que nos encontraremos más tarde al atravesar los restos arqueológicos de la ciudad romana de Cáparra y su arco cuadrifronte (tetraphylum), el único en España de sus características.

Tierras de Castilla De Extremadura se sale por Baños de Montemayor. Tras superar el puerto de Béjar se entra en tierras de Salamanca. La mitad del kilometraje ya lo tienes en las espaldas. Curiosamente, la geografía cambia. No se pierden las encinas y alcornoques, pero ya sin las espesuras anteriores. Los espacios son más abiertos y el tránsito entre pueblos se hace a veces aburrido. Contagiado por los miliarios, las medidas en pies romanas y su equivalencia en metros, comencé la rutina de contar mis pasos entre kilómetro y kilómetro. El gps me ayudó en el medio centenar de mediciones de mil metros que hice. Saqué la media y puedo certificar que necesito dar 1.360 pasos para hacer un kilómetro.

El camino sanabrés En Zamora atravesé el Duero. Visitaba por primera vez la ciudad y el casco histórico me resultó bellísimo y muy cuidado. Más arriba, ya en Granja de Moreruela, el camino abre sus brazos. A la izquierda el Camino Sanabrés, a la derecha seguir la Vía de la Plata hasta Astorga para unirse con el Camino Francés. No tenía dudas: el Sanabrés. El paisaje, poco a poco, vuelve a cambiar. Se vuelve duro, seco, agreste y hay que esforzarse para llegar a tierras de Sanabria. Antes el río Esla, afluente del Duero aunque con más caudal, y el espectáculo visual en las alturas, solo reservado a caminantes, hacia el embalse de Riaño.

Galicia Puebla de Sanabria nos despide de Castilla y León. Entre los míticos puertos de Padornelo y A Canda llegamos a Galicia camino de Orense. El perfil orográfico vuelve a cambiar sensiblemente y los más de 200 kilómetros que restan hasta Santiago serán un continuo sube y baja, y en algún momento con la compañía de la lluvia. Del primer tramo hasta Orense me queda el recuerdo de Portacamba, un pueblo casi abandonado pero de una belleza singular, y la subida a Alberguería. Un reparador ribeiro en el Rincón del Peregrino nos hizo entrar en calor mientras mirábamos con curiosidad los miles de conchas que adornan las paredes del recinto en las que aparecen el nombre de algunos cordobeses. El Miño lo cruzamos en Orense por su puente romano. Atravesar Galicia por cualquiera de sus costados es un deleite, pero este interior de la única provincia gallega que no disfruta del Atlántico resulta entrañable, especialmente la zona entre Verín y Orense, que con su microclima permite cosechar unos vinos de calidad. En el camino hasta Santiago las poblaciones empiezan a ser más populosas y con amplios polígonos industriales.

Angrois La entrada a la capital de Galicia se hace por el puente sobre el ferrocarril en Angrois, en la curva A Grandeira. Mañana se cumplen cuatro años del accidente del tren Talgo. Resulta sobrecogedor encontrar la malla metálica defensiva del puente llena de recuerdos en forma de mensajes y objetos para las 79 personas fallecidas. Atrás, tras desembocar en la plaza del Obradorio, quedaron 1.021,70 kilómetros. Según mi pauta de pasos: 1.389.512. Los repartí entre 32 etapas que me llevaron de mi casa en Córdoba a la del apóstol en Santiago. Para no olvidarlo me regalé un mojón, creado por las manos de mi amigo Bizcocho, con la marca kilométrica. La última reflexión la dejé para perfilar el relato de este reportaje, escrito con el único motivo de alentar a los que todavía no se atreven a cruzar el umbral del Camino Mozárabe. Ojalá estos escogidos detalles incentiven a mujeres y hombres de Córdoba para realizar un viaje inolvidable. El apóstol los espera.