Se llamaba Ridelca y tenía cuatro años. Su padre adoptivo, Miguel Ángel, un camionero que había sacado a su madre, Ana, de un club de la provincia de Burgos, la encontró muerta, en el patio interior de su edificio, el 10 de marzo de 1996. «Cuando me levanté, hacia las siete y media de la mañana, me asomé a la habitación de las niñas y vi que la mayor no estaba. Fui al cuarto de al lado y vi la ventana abierta. Me asomé y vi a mi hija tirada en el patio», explicó el hombre a los policías de Burgos que acudieron a su casa después de que llamara al 091. Las investigaciones determinaron que el caso había sido una muerte accidental, que revisa ahora la Guardia Civil tras descubrir la implicación de la madre en el asesinato de Gabriel Cruz, en Almería.

Veintidós años atrás, en Burgos, Ana Julia Quezada era una joven dominicana de 22 años que había salido de los ambientes nocturnos castellanos y conseguido el permiso de residencia en España tras casarse en 1994 con Miguel Ángel, que la retiró y adoptó a sus dos hijas, Ridelca y Judit. En diciembre de 1995, Ana trajo a España a su hija mayor. El padre adoptivo narró a la Policía un episodio inquietante: tres semanas antes de la muerte de la niña, la madre fue a despertarla para llevarla al colegio y «la encontró desvanecida».

El atestado policial de aquella «muerte por precipitación» desde el séptimo piso muestra que la niña Ridelca quedó al cuidado de su madre durante su última noche de vida. El padre explicó que él se acostó el primero de la familia. La madre se quedó despierta con sus dos hijas. La policía no pudo tomarle declaración entonces por «sufrir una fuerte excitación nerviosa».

La madre sostuvo luego ante sus amigas que su hija se había suicidado y que era «sonámbula». El informe de la policía realizado entonces recoge que el cuerpo de Ridelca estaba en posición «decúbito supino, con los brazos y piernas flexionadas». La ventana, de doble hoja, estaba a 90 centímetros de altura. A su lado había una mesita blanca de unos 40 centímetros. Los investigadores no vieron nada extraño en ese cuarto de juegos.

El pasado 7 de marzo, en plena conmoción por la desaparición de Gabriel Cruz en Las Hortichuelas (Almería), otra persona llamó por teléfono a la policía de Palencia. Dijo ser amiga de Ana Quezada y explicó que había visto en televisión a la pareja del padre del niño desaparecido y que había reconocido a «una antigua amiga llamada Ana, de la República Dominicana».

La mujer añadió que hace «unos 20 años» ambas vivieron en Burgos, en el mismo edificio. Y aseguró que una hija de Ana «había caído desde la ventana de un séptimo piso mientras jugaba, falleciendo». Esta vecina aportó también la respuesta de la madre cuando le preguntaron por lo ocurrido: «Ella dijo que en la República Dominicana es normal que los niños jueguen en los balcones».