Parecía medianoche cuando ni siquiera eran las ocho, pero las luces de un Puente Romano desértico, sin apenas tránsito, salvo un par de personas con la camiseta del Barça, quedaron cegadas por otras, por unos focos que inundaron el cielo de Córdoba. Había tanto silencio que desde allí se escuchó el sonido que llegaba del estadio. Fue una explosión. "Messi en El Arcángel, esto es muy grande".

El argentino fue el último en retirarse del calentamiento y el segundo en tocar el balón, en el saque inicial. Hasta el minuto siete no volvió a tocarlo. El tercero lo conectó en el nueve. El cuarto fue gol.

Cierto murmullo aparecía cada vez que conducía el balón, con cada regate. "Si es que se va con un movimiento". Alberto Aguilar consiguió taponarle un balón; Caballero, incluso robárselo, aunque luego se llevara un caño, y Saizar hasta le ganó dos mano a mano. Dos minutos antes de que acabara la primera parte hizo la virguería que todos estaban esperando. Cogió el esférico en su campo y no lo soltó. Nadie fue capaz de quitárselo. "¡Y no lo tiran!". Ya en la línea de fondo, después de que tres defensores se unieran, se rindió, exhausto. El argentino se quedó tumbado, junto al fondo sur, que aprovechó para tratar de picarle, gritándole que el padre de su hijo era Cristiano Ronaldo.

Pero realmente todas las ironías se las llevó Piqué, que con su comentario al mediodía --"Córdoba debe ser la única ciudad de España sin aeropuerto"-- había incendiado a la gente. "¡Si quiere aeropuerto, que lo pague Piqué!". Fue el futbolista más silbado. El único campeón del mundo que no recibió una ovación. Sí la originaron Xavi, tras una magistral jugada, o Villa, cuando fue sustituido. Los dos agradecieron el gesto devolviendo el aplauso, al igual que varios barcelonistas, que se quedaron a aplaudir al público tras el pitido final.

Para entonces ya habían caído varios aviones de papel al césped. Quizá en ese momento, Piqué ya tenía en la mente cómo iba a resarcirse. "Este equipo y esta afición se merecen estar ya en Primera; ¡ambientazo!", comentó tras el choque.

Fuera del estadio, ajeno a todo, estaba Mario, de seis años. "¿Cómo te sientes?", le preguntaban sus familiares. Estaba mudo, exactamente igual que cuando a ras de césped Messi le dirigió un comentario mientras se fotografiaba con él. "¡Explícalo con palabras!", le animaban. "Es que parece que vivo con él", acertó a decir el chico, aún con la mirada perdida y la boca abierta. A unos metros, cientos de personas se morían por ver al argentino simplemente subirse al autocar.