El reverendo y economista británico Thomas Malthus pronosticó en 1798 que la capacidad del hombre para producir alimentos no resistiría el crecimiento demográfico. En cuestión de décadas, escribió, las hambrunas se apoderarían del mundo hasta que la población empezara a retroceder. Está claro que Malthus no previó la revolución industrial y sus efectos sobre la agricultura, y mucho menos la revolución verde del siglo XX, pero es inevitable pensar en él ante la perspectiva de un planeta con 10.000 millones de personas.

"Malthus se equivocó radicalmente. El aumento de la población nunca ha sido algo catastrófico. La hecatombe sería si ese crecimiento degradase el nivel de vida", afirma Julio Pérez, demógrafo del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Y eso no ha pasado, al menos por ahora. Además, Pérez subraya que las previsiones sobre el crecimiento de la población mundial siempre han sido mayores que la realidad posterior. Hace una década se esperaba que la población mundial tocara techo al llegar a 12.000 millones.

"Personalmente --prosigue el demógrafo--, no creo que el mundo llegue a los 10.000 millones porque en numerosos países ya se observa un claro cambio de tendencia que no se había previsto". Un ejemplo es el de Irán, donde la tasa de fecundidad (número de hijos por mujer) se ha reducido de seis a dos en apenas 20 años. Lo mismo opina Antonio López, investigador del Centro de Estudios Demográficos (CED-UAB), en Bellaterra: "La ONU habla de un máximo hacia el 2100, pero diversos estudios sugieren que podría suceder muchos antes, quizá en el 2070". A partir de entonces, la población mundial tendería a la estabilidad. "Si la población sigue creciendo tanto es porque somos muchos, pero el ritmo actual ya es de solo el 1,1% anual", insiste López.

Pérez considera que si el ritmo de crecimiento se ha desacelerado en los últimos años no obedece tanto a una escasez de alimentos, sino a pautas sanitarias y sociales. De hecho, la producción de alimentos per cápita se mantiene relativamente estable desde hace cuatro décadas y en algunos casos, como sucede con la carne, la disponibilidad es incluso mayor. En cambio, Pérez recuerda las toneladas de excedentes que se destruyen en el primer mundo.

El investigador del CSIC destaca como causas esenciales en la desaceleración la escolaridad de las mujeres, el aumento de la esperanza de vida, la mayor libertad a la hora de decidir tener descendencia... "En muchos países no se tienen hijos porque no los necesitan", afirma.