Ahora que estamos a punto de conocer la sentencia del caso Noos, me ha dado por pensar en cuántos personajes públicos, tras ser «presuntamente» pillados al lado del carrito del helado, han utilizado como argumento en su defensa que ellos «no sabían nada». Me temo que, a lo peor, en muchos casos, sea incluso verdad. La ignorancia es muy atrevida por más que no exima del delito a quien lo comete. Uno de los últimos en pronunciar estas palabras ante un juez ha sido, esta misma semana, Julián Muñoz que, como otros, confesó que firmaba acuerdos y convenios urbanísticos haciendo un acto de fe en sus técnicos porque él de urbanismo no entendía ni papa. Una confesión innecesaria porque, sin conocer su curriculum, yo misma habría jurado que ese señor nunca fue experto en la materia. Pero, mirando a las instituciones. ¿Acaso es Julián Muñoz una excepción? ¿Cuántos concejales, diputados o alcaldes debidamente formados para el cargo están dirigiendo el rumbo de ayuntamientos, diputaciones o parlamentos? ¿Cuántos han pasado por la Universidad, tienen el B1 que se exige a los graduados, cuántos han tenido un trabajo de verdad? ¿Cuántos firman convenios sabiendo lo que firman y hasta qué punto tiene valor una firma si quien rubrica no sabe lo que está firmando? Me imagino en esa tesitura y me dan sudores fríos de pensar en la responsabilidad de meter la pata en algo que afecta a miles de personas. En política, no hay concursos de méritos, cástings o entrevistas personales. Hace tiempo que para gobernar, gestionar el dinero público y tomar decisiones que afectan a la mayoría vale cualquiera, importa más el carnet que el curriculum y en eso los partidos son culpables. Una sociedad gobernada por patanes y trepas solo puede llevar a una sociedad corrupta, mediocre y arribista. Gobernar lo de todos no es tarea fácil. Quizás habría que subir el listón para que no sea normal eso de «yo no sabía».