Hola, corazones». No es que la Pascua me haya aturdido orientándome hacia una vocación cuché, pero me priva iniciar este artículo sabiendo que las tendencias cromáticas de la primavera anterior llamaban a combinar el rojo con el rosa. Tiempo ha dicha combinación se habría considerado un desacato contra el buen gusto, pero también era un clásico del refranero el «azul con verde, muerde» y hoy se precia chaquetearse el ferial con esa gama, si es posible con el pelo engominado.

La tendencia rojo/rosa pervive, o al menos se ha estirado hacia la prensa gracias al anunciado natalicio de Irene Montero. El estado de buena esperanza hace extensivas las más ansiadas ensoñaciones, y a Pablo Iglesias puede que le reguste compararse con Tony Blair. No, obviamente, por su querencia hacia las Azores, sino por ser el Prime Minister en un porrón de años que tuvo descendencia ocupando el número 10 de Downing Street. Antes british que sencillo, ya que el último --y único-- antecedente español en cantar las nanas de la Moncloa fue Felipe González: vade retro que la bodeguilla de tertulias y bonsáis fuese reemplazada en un hipotético futuro por ludotecas y batucadas.

Todo nacimiento es una buena noticia, y más si es por partida doble. Hay un sector podemita escorado hacia el frikismo --de hecho, Iglesias demostró ser un cristiano viejo de Juego de Tronos al regalarle al monarca las primeras temporadas--. Tentados estarán los más acérrimos en comparar a los mellizos con Luke y Leia, corregidos inmediatamente por la nomenclatura dadas las inevitables connotaciones del Lado Oscuro. Sonajeros galácticos aparte, es gozoso anunciar esta gestación de esa bancada del Parlamento. Este ya es un país para viejos y el efecto llamada del duplo Iglesias-Montero puede contribuir a un tirón demográfico que palíe la comedura de uñas de los vástagos del baby boom, temerosos de que su pensión se pierda por un aliviadero.

La maternidad no es ajena a las leyes de la Física, circunstancia que ha forzado a la dirigente de Podemos a anunciar la buena nueva, entreabriendo el sagrado pabellón de la privacidad. Decisión necesaria, ya que el poder de esta pareja conjuga régimen de esponsales, sin papeles de por medio ni boleros de Antonio Machín que acaramelen un compromiso. Querencias a ayuntar el poder son tan antiguas como la condición humana, con buenas dotes y mejores casamientos, siendo los Reyes Católicos, los Clinton o la impronta peronista simples exponentes de una máxima universal.

Los padres de las criaturas nacieron en años trascendentes para el devenir de esta Nación. Pablo vino a este mundo en el 78, con la Constitución aún no nata, por lo que cronológicamente el líder de Podemos tiene una filiación preconstitucional. Irene se adelantó unos meses a la huelga general del 88, en una fecha que imprimió carácter a los detractores del felipismo. Estos niños llegarán a un país crispado, donde hace falta un zarandeo de ilusión, con una medianía en el desempeño de la responsabilidad política, de las que sus progenitores también tienen su parte alícuota. Pero se encontrarán con una cobertura sanitaria que la crisis no ha conseguido desmochar; y unas libertades algo engurruñidas, pero no por totalitarismos, sino por una autocensura motivada por un miedo escénico internacional. Ahora tienen razones dobles para ejercitar el pragmatismo de lo imposible, que entre otras cosas ayude al buen gobierno de este país. Más aún, cuando hay nuevas bocas que alimentar.

* Abogado