La Universidad es un ámbito diferenciado de convivencia, cuyas bases son el pensamiento y el diálogo para aprender los saberes. No es exclusiva ni preferentemente un centro de preparación para el ejercicio profesional. Ese objetivo debe ir precedido y acompañado de la adquisición de un juicio propio sobre las cosas y de una perspectiva moral. Porque la educación es una tarea moral, no la escueta transmisión de conocimientos programados. Educar significa poner a disposición del alumnado medios e instrumentos --técnicos, pero sobre todo, humanos-- para que avance hacia sí mismo, para que descubra y potencie sus capacidades. Si eso se hace bien, desarrolla la creatividad. Y es desde una personalidad permanentemente mejorada que llegará a la inteligencia inventiva, en la que van incluidos el saber y la existencia de los otros, la entrega a los demás.

Educar es más que adiestrar, que transmitir información. La educación diferencia, individualiza, estimula cada inteligencia como una realidad distinta, para que resulte todo lo innovadora, todo lo original que pueda llegar a ser. Si en ese proceso el alumnado no adquiere protagonismo, no se convierte en actor principal, no se conseguirá más resultado destacable que superar las asignaturas del currículo, un logro menor y desproporcionado en relación con los enormes esfuerzos de la sociedad para que el estudiante se perfeccione como ser humano.

La educación de un hombre y de una mujer depende de todos los demás hombres y mujeres. Depende de la Universidad, en nuestro caso, pero también de la familia, de la escuela, del club, de la asociación vecinal, de las administraciones públicas y, principalmente, de los propios sujetos del aprendizaje. En cada estudiante universitario se juega la sociedad su futuro, porque ha de traspasar a las siguientes generaciones el testigo del conocimiento, de la cultura, de un sistema moral. ¿Hay, entonces, algo más importante para la sociedad que la educación de sus jóvenes?

La Universidad no vende voz, vende estilo. La voz es la información, el suministro de datos, hechos, cifras, reglas, fórmulas, cosas- Eso se puede encontrar en manuales, ensayos, apuntes, enciclopedias, Internet y otros variados complementos del saber. Pero esos instrumentos no son el saber. Les falta el requisito sentimental de la curiosidad, el deseo de aprender, que es aprender a pensar, el entusiasmo, la ilusión por el descubrimiento de la verdad. Todo eso tiene que ver con la actividad y la actitud del profesorado. Ahí reside el estilo. El estilo está relacionado con un modo especial de convivir en la Universidad, que conduce a un modo propio de ser. El estilo es la parte fundamental de la inteligencia creativa. La Universidad debe impulsar y ayudar al alumnado a que sienta la satisfacción del aprendizaje, del descubrimiento. Es por eso que hay que ampliar los objetivos del aprendizaje en la Universidad, precaviéndose contra las formaciones demasiado especializadas, que pueden resultar, a la larga, paralizadoras. Un gran científico del siglo XX, el ruso Piotr Leonidovitch Kapitsa, Premio Nobel de Física en 1978, sostiene que "los especialistas que han recibido una educación suficientemente amplia son capaces, llegado el caso, de iniciarse en las nuevas esferas de la ciencia sin tener que seguir para ello nuevos cursos". ¿No quiere eso decir que hay que aprender humanísticamente las ciencias y científicamente las humanidades? Es el modo de alejarnos de compartimentos estancos que solo conducen al empobrecimiento intelectual.

La esencia de la Universidad es el pensamiento, contagiar y compartir el pensamiento; y el pensamiento hace libres a las personas. La autonomía universitaria no consiste en una mera capacidad administrativa de gestión, sino en la independencia del pensamiento, en la libertad para aprender y para crear sin someterse a los dictados de la política o del mercado. Cierto que hacen falta medios materiales y un ambiente social propicio, pero no son ellos lo fundamental de la Universidad. La íntima esencia de la Universidad no depende del legislador y de las subvenciones, aunque resulte necesaria su colaboración. El verdadero problema de la Universidad está dentro de la Universidad, y es a sus protagonistas --profesorado, estudiantes y personal de administración y servicios-- a quienes corresponde identificarlo y resolverlo. Cuando el profesor o la profesora cierra la puerta del aula entonces él o ella tienen toda la responsabilidad frente a los estudiantes, no hay más intermediario.

La Universidad es la casa del saber, no del adoctrinamiento, y por eso se aprende en ella a tener criterio, no a tener razón. Lo que admiramos en los otros es la personalidad, el ejemplo, no sólo las palabras, que han de ser el envoltorio elegante de la honradez intelectual, de la altura moral, y no un vehículo para el lucimiento personal o para difundir consignas.

El alumnado es el dueño y el autor de su propio progreso, y nadie puede sustituir su esfuerzo y aprender por él, si él no quiere. Toda educación es educación por sí y para sí, y es desde este convencimiento que el estudiante podrá ir a los demás y serles de utilidad, ya que nadie da lo que no tiene. En una Universidad que cree en las personas, la principal misión es convertir la educación en el propio ser, dotarla del valor necesario para que se constituya en algo imprescindible para nuestro progreso personal y colectivo.

* Candidato a Rector de la Universidad de Córdoba