Desde antes de su victoria electoral las sospechas sobre alguna conexión entre el entorno de Donald Trump y la Rusia de Vladimir Putin han estado sobre la mesa. El despido fulminante del director del FBI, James Comey, multiplica las conjeturas hasta el punto de que muchos en Washington ven reaparecer el fantasma del caso Watergate, el escándalo por el que el presidente Richard Nixon tuvo que dimitir antes de ser juzgado por haber mentido y tras haber echado al fiscal especial que investigaba aquellas escuchas. Lo de ahora puede ser peor, porque una de las partes sería una potencia extranjera. Comey, un independiente nombrado por Barack Obama, debía permanecer al frente del FBI seis años. Su caída se produce después de que en varias ocasiones Trump haya elogiado su trabajo. El ahora cesado director fue quien en plena campaña electoral reabrió el caso de los correos pirateados a Hillary Clinton, para cerrarlo días después. También afirmó que Obama no había espiado a Trump. Pero el aspecto clave de este dosier ruso afecta a Michael Flynn, el exasesor de Seguridad Nacional que dimitió por sus vinculaciones con Rusia que, según la exfiscal general Sally Yates, le exponían a ser objeto de chantaje. Curiosamente, Jeff Sessions, el actual fiscal general inhabilitado en el caso ruso, es uno de los firmantes del despido de Comey. Desde la Casa Blanca hay voces que piden cerrar las investigaciones sobre las sospechas de vinculación con Rusia. Por el contrario, es necesario aclarar qué hay de cierto en un tema que afecta a la seguridad nacional de EEUU. Nixon intentó poner bajo la alfombra el escándalo Watergate. Siete meses después de haber expulsado a quien le investigaba, tuvo que abandonar la Casa Blanca.