Únicamente los aquejados por una de las más graves enfermedades del espíritu, el sectarismo, pueden negar al actual gobierno conservador haber atajado primero y luego en gran parte superado las secuelas más nocivas de la terebrante crisis que se precipitara sobre el mundo occidental -motor todavía casi en exclusiva de la actividad económica- ha ya una década. Bien que, como es normal en tiempos de graves déficits culturales, abunden los turiferarios, mediáticos o no, que ensalcen sin rubor moral ni límite cívico las conquistas aquistadas en la ardua empresa por el gabinete presidido por Mariano Rajoy, es lo cierto que su gestión de la crisis se dibuja como acertada en conjunto y, en varios aspectos, incluso muy acertada.

“Primum vivere…”. Así fue en todo tiempo, y más, si cabe, en el presente, en el que las exigencias materiales de la sociedad están peraltadas hasta extremos, en algunos puntos, aberrantes, describiéndose, a menudo con brocha gorda, sus efectos como consecuencias inevitables de un sistema capitalista sin más horizonte que el beneficio inmediato e incesable.

Mas, al margen de la etiología de tan amedrentador fenómeno, en la España de septiembre de 2017 son muchas e in crescendo las voces que, como se observara en el precedente artículo, reclaman de la élite gobernante y, en especial, del presidente Rajoy un discurso de extenso registro argumental y vibración impactante que encandilara y galvanizase a la nación en defensa de su continuidad como uno de los grandes pueblos que forjó no pocos de los áureos, iridiscentes eslabones de la civilización occidental. Materia para proveer sus aljabas cara al excitante y acaso ya impostergable reto, no habría que faltarle. Toda la historia de España, en la que siempre, siempre, fue parte muy principal Cataluña, estará a su disposición para enhebrar, con arreglo a los principios de la buena retórica -claridad de ideas, ardimiento de ánimo-, un texto que se uniese a la antología de los parlamentos pronunciados por políticos de la anterior centuria enfrentados con la tentación escisionista que asalta a las veces a sectores considerables e invariablemente muy activos del viejo y noble Principado. Los manes, entre otros, de Alcalá-Zamora, Gil Robles y, de manera muy singular Manuel Azaña, vendrían sin duda a acompañarle solícitamente en tal empeño.

Obvio es que la elocuencia es un don innato y que nunca se adquirirá por los artificios más sutiles. Pero con esfuerzo y buenos rétores antiguos y, sobre todo, modernos es dable alcanzar la altura intelectual y el tono emocional necesarios para remover los espíritus en pro de una grande y justa causa. Y ninguna lo es más en la España entenebrecida de septiembre de 2017 que la de mantener a toda costa, contra viento y marea, su unidad.

* Catedrático