La mañana es un brillo de luz fulgurante sobre las marquesinas de las paradas de autobús. Veo un cartel llamativo, con un cromatismo fragmentario y algo estridente, en el que se lee: "¿Sabías que en Córdoba bajamos los impuestos?". Y no, no lo sabía. De hecho, hay bastantes cosas que no sé. Para empezar si, como ciudadano, prefiero un ayuntamiento que suba los impuestos y haga cosas, que mueva la ciudad de su molicie, a otro que haga menos, poco o nada, y afirme que prefiere rebajarlos; sobre todo, si después lo va a anunciar a bombo y platillo, mediante una campaña publicitaria salida de los presupuestos de ese mismo ayuntamiento. Esta autopromoción está sufragada, en cualquier caso, por nuestros impuestos, con lo que nos encontramos ante la paradoja circular de que tenemos un ayuntamiento que, haga más o menos, baja los impuestos y después lo comunica mediante una publicidad que le pagamos los contribuyentes. Como mínimo, todo esto resulta tan chocante como el dudoso estilismo de su policromía. Si además tenemos en cuenta que faltan pocos meses para las elecciones municipales, cabría preguntarse hasta qué punto es ético que un equipo municipal, perteneciente a un partido político, encargue una campaña de propaganda institucional tan cerca de las elecciones. No es que no sea honesto; es que ni siquiera parece sensato que quien presume de ahorrar se gaste un dineral en anunciar que ahorra. Mientras el ayuntamiento se glorifica a sí mismo, la ciudad languidece en la inacción de un timonel ausente. El sálvese quien pueda colectivo, con su recta final, va a salirnos muy caro.

* Escritor