Estamos en el mes más importante, no del consumo, sino del consumismo. La diferencia entre ambos términos señala el umbral entre la satisfacción libre y racional de necesidades reales tendente a la calidad de vida y la satisfacción dependiente e irracional de necesidades aparentes tendente a conseguir un efímero disfrute. Sabemos que las necesidades humanas son abiertas (son ilimitadas tanto en número como en maneras de satisfacción) y culturalmente determinadas (condicionadas no sólo por las costumbres sino también por el desarrollo económico de las sociedades). Consumimos por necesidad. Consumir es una realidad humana ineludible.

Pero, ¿cuál es el umbral entre necesidades reales y necesidades aparentes?, ¿cuál es la diferencia entre necesidad --que tiene una componente de exigencia objetiva-- y capricho --que tiene un carácter marcadamente subjetivo--? A esa diferencia apuntan las palabras consumo y consumismo. Consumo habla de libertad y responsabilidad, de calidad de vida y autenticidad, consumismo habla de vernos atrapados, irresponsables, de cantidad, de inautenticidad.

La incultura consumista nos ha hecho creer que consumir es algo absoluto, que tenemos que consumir todo aquello que nos podamos permitir. Tan arraigada está en nosotros esa incultura que cualquier propuesta de reducir voluntariamente nuestro consumo suena a herejía económica y a propuesta utópica e inviable. Tan sumergidos estamos en esa incultura del consumismo que aunque somos conscientes de que el consumismo merma nuestra libertad, merma las posibilidades de alcanzar alguna vez un desarrollo sostenible para todos, merma el bienestar del mundo que heredarán nuestros hijos, nos sentimos incapaces de ir en contra de esa corriente avasalladora.

Sin ánimo de aguar la fiesta, ahí van algunas razones para no dejarnos seducir por la incultura consumista:

1º Lo que somos, nuestra identidad, no depende de lo que tenemos. En cambio, el consumo compulsivo, el consumismo nos hace creer que somos por lo que tenemos.

2º Nuestro éxito no depende de lo que consumimos. En cambio, el consumismo nos hace creer que éxito está ligado a nuestra capacidad de consumo.

3º La calidad de vida no depende de la cantidad de bienes que podemos adquirir. El consumismo nos hace creer lo contrario.

4º La autenticidad de vida está más ligada a la integración personal, al tiempo personal disponible, a la salud, a la amistad, a la familia y a otros placeres nada costosos. En cambio el consumismo nos liga a la lógica del exceso de trabajo, a la carga de tensión, a la falta de calma para la convivencia, a la hipoteca del presente.

5º El consumo está ligado al señoría personal sobre nuestras compras. El consumismo a la moda, a los reclamos publicitarios, a irracionalidad.

6º La austeridad es un estilo de relación con las cosas que las valora por su uso, las cuida, no abusa. El consumismo es un estilo de relación con las cosas con descuido, despilfarro, abuso, saturación, mal uso.

7º Los cambios de estilo de vida consumista a un estilo de vida de consumo responsable aportan más solidaridad a un mundo que necesitaría tres planetas como el nuestro para conseguir para todos el nivel de consumo de los países más desarrollados.

8º La sencillez de vida está éticamente respaldada: es universalizable. El consumismo derrochón es una ofensa ética.

9º El consumo responsable va unido a nuestro tiempo interior, a reconciliarnos con nuestro cuerpo, a desarrollar nuestra capacidad para contemplar. El consumismo promueve un concepto de felicidad que nos expropia de nuestra humanidad.

10º Cambiar nuestro estilo de consumo es más eficaz para humanizarnos y humanizar nuestro mundo. El consumismo es un camino de alienación y mala conciencia.