La historia se rescribe con su lenta paciencia. Somos portadores de un relato que se va deshaciendo poco a poco, con la letra apagada y desvaída por la erosión de agentes invisibles. Aunque también se puede retomar, auscultando la luz interior y rumiante de cada episodio, descubriendo nuevos datos o nuevas perspectivas, esa vida silente que de pronto se activa y se potencia. Así la Transición, así cualquier proceso de construcción colectiva, susceptible de ser revisado y también ampliado, cotejado en sus múltiples contrastes, ahondando en el matiz, pero también vulnerable, ante la simplificación, más o menos interesada, por parte de quien hoy sostiene ese relato.

Alberto Garzón, coordinador general de Izquierda Unida, ya ha protagonizado algunos episodios cuestionables, como cuando acusó a la izquierda española de haber estado «domesticada» durante la Transición. El titular ya da forma y sentido al trazo grueso, a una especie de lógica de demolición, para analizar procesos que resultan demasiado complejos para una argumentación de brocha gorda. Es posible que en algunos momentos de la Transición la izquierda no anduviera fina, y viviera en el miedo rasante de la época, que habría acojonado a más de uno de los valientes de hoy, incluido Alberto Garzón. Pero afirmar, con esa generalización tan gratuita que ofendió a muchos militantes con el recuerdo vivo, que la izquierda estuvo «domesticada», provocó la reacción de Gaspar Llamazares, cuando le recordó que, en aquellas jornadas grises de tormenta, y no solo durante los siete días de enero, no les amenazaban con un papel.

Ahora, en una entrevista publicada por este periódico, la afirmación es aún más grave, porque ha asegurado Alberto Garzón que «el PCE de la Transición engañó a sus militantes». Preguntado por el periodista Juan Fernández acerca de los orígenes de su afiliación comunista, Garzón ha recordado algunos de los debates que encontró y su postura crítica con algunos momentos en la historia reciente del partido, como «Su papel en la transición. El PCE cometió el error de racionalizar su derrota. Sabía que no había conseguido lo que perseguía, pero se autoengañó y engañó a los militantes diciéndoles que la Constitución del 78 era el camino al socialismo. A partir de ahí, el partido adoptó una estrategia conservadora con un deje muy institucionalista y moderó su discurso para competir en las elecciones. Renunció al leninismo, asumió la bandera monárquica y firmó los Pactos de la Moncloa, que fueron la primera medida neoliberal que se tomó en la España democrática». Preguntado sobre si Santiago Carrillo no debía haber firmado aquel pacto, responde Garzón: «No coincido con los que dicen que Carrillo fue un traidor al comunismo, pero creo que se equivocó al apostar por la moderación. La relación de fuerzas era la que era, había un clima de violencia insoportable y se hizo lo que se pudo, pero si pides 10 no puedes conformarte con cinco. Carrillo pensó que si se mostraba responsable borraría la imagen que había creado el franquismo sobre el comunismo, pero fue una trampa. Los militantes no se sintieron identificados con ese discurso y en dos años pasamos de 200.000 afiliados a la mitad».

Alberto Garzón tiene derecho a una revisión crítica no sólo de la historia de su partido, sino también del proceso que vivió en el marco común. Pero insisto: el trazo grueso, sin matices, produce un alejamiento bíblico con la realidad de aquel Sábado Santo, hace 40 años, cuando se legalizó el Partido Comunista. La Constitución no era sólo el camino al socialismo, sino la puerta de la convivencia pacífica. Ahora hay mucha vehemencia en las redes sociales, poniendo los huevitos encima de la mesa para alardear de valentía en situaciones que jamás se han vivido; pero la vida y la muerte, con la acera de plomo, era una experiencia diferente en 1977. Carrillo renunció al leninismo, impracticable en una democracia. Garzón se contradice: si no cree que fuera «un traidor al comunismo», ¿cómo puede acusar a su PCE de mentir a sus militantes?

Mucho tuvo que ver, con la caída de militantes, el desmantelamiento de las agrupaciones profesionales vinculadas a CCOO, como los despachos laboralistas, para convertirlos en asalariados del sindicato. Aunque creo que Garzón, realmente, está en otro interés, mientras mantiene su carrera meritoria en Podemos y deja IU ya desdibujada, diluida en su interior. La unidad de la izquierda no tiene que conllevar la impugnación total ni el falseamiento del pasado.

* Escritor