Rajoy es la tristeza. No solamente una desolación ética en España, esa especie de impudicia pública exhibida sin prudencia o recato, mientras protagoniza el mayor escándalo de corrupción de nuestra democracia sin darse por aludido, sino que es, también, una tristeza estética, una tristeza intelectual, una tristeza histórica. Aunque eso sí: sus titulares siguen dando lo mejor del día. Podemos convoca una manifestación que avasalla el centro de Madrid, que nos trae de nuevo aquel fulgor íntimo y personal del 15-M, con las familias en la calle, en la marcha de la indignación, y el titular está en las reacciones de nuestro presidente. En Barcelona, mientras miles de personas en Madrid censuraban sus políticas de austeridad y también el oprobio de la corrupción general en la financiación de su partido, Rajoy ha respondido a la ciudadanía que no acepta esa "España negra que pintan". Luego se ha referido a Podemos y su militancia como "unos tristes que andan por ahí diciendo lo mal que van las cosas". Esto no tiene precio: Rajoy, que es la tristeza, acusando a sus críticos de ser "unos tristes". Rajoy, que ya sólo nos llama a la melancolía o la comicidad, tras haber perfeccionado una caricatura que incluso dice más de lo que él dice --o sea, no demasiado--, acusa de "triste" a todo aquel que ande "por ahí diciendo lo mal que van las cosas". Tenemos, entonces, que España es el país de la tristeza, porque últimamente viene siendo legión, dentro y fuera de los periódicos, la gente que comenta "lo mal que van las cosas", con qué negrura de aire.

Todo esto se puede mirar con precisión literaria y periodística, con esa proyección a largo plazo que nos da la medida de una situación. Los verdaderos héroes, aquí, son los asesores de algunos líderes políticos. Frente al Himalaya de las próximas elecciones generales, es difícil imaginar el gesto en jeroglífico de Carlos Floriano, como jefe de campaña del PP, tratando de sacar petróleo de este hombre, un mínimo atractivo, intentando vender a Mariano Rajoy como un candidato que ilusione a una población que lo conoce a través del plasma, de su indolencia y su ausencia, ese dejar pasar lo que sucede para evitar mancharse con la realidad. Sin embargo, algo nos venderán. Seguro. Aunque sólo sea el humo de lo que no ha ocurrido: porque nunca, como hoy, hemos asistido a esta impunidad de la mentira pública, de ese rizo retórico que elude el compromiso de la propia palabra, con tanta falsedad exhibida sin ningún disimulo.

Frente a todo este magma corrosivo y doliente, aún nos queda la prensa. En la actualidad móvil de las redes sociales, cuando cada ciudadano es una información, la prensa sigue siendo un baluarte de la democracia. Por eso el poder político siempre buscará, cada vez de manera más indiscriminada, conquistar espacios en la prensa: para eludir responder por lo que ocurre, y vender su teoría del relato. El verdadero estadista no es el habitual propagandista de sí mismo, que se dejará llevar, como en la canción de Antonio Vega, por la agenda de su jefe de prensa. El político, de principios y fin, ha de tener un proyecto mayor que su propia supervivencia. Y también cierta formación, si es posible humanista, más allá del título apolillado sobre la pared. "Somos un país de primera aunque a algunos parece que no les guste. Somos la nación más antigua de Europa, la más cohesionada; con las infraestructuras mejores del mundo; con un sistema de pensiones y una sanidad gratuita y universal que nadie ha liquidado. ¡Que no mientan!". Pero, ¿quién miente? ¿Quién se esconde? ¿Quiénes dan ruedas de prensa sin admitir preguntas? Y eso de que somos "la nación más antigua de Europa", que no viene a cuento, es otro parloteo feble del presidente. No lo somos: es Grecia, unida en sus ciudades-estado por el canto de Homero, a las puertas sonoras de Troya, que acaba de vivir el aldabonazo de la gente, convertida de nuevo en escritora de su propio guion.

"En estos dos años como mínimo se crearán un millón de puestos de trabajo", ha rematado Rajoy. Cuidado con las promesas, que luego se recuerdan. Porque la prensa, con sus sombras y luces, aún mantiene el músculo. Y no por una vaga propensión a la tristeza, sino porque, afortunadamente, no siempre han conseguido matar al mensajero.

* Escritor