Más que por la ganadora, el concurso de miss España del año 2001 se recuerda por la puñetera pregunta que uno de los miembros del jurado le lanzó a la pobre miss Melilla. El embajador de Rusia inquirió a la asaeteada qué sabía de su país. Capotazos y titubeos con la mejor de las sonrisas, ignorando la improvisadora que a un certamen de belleza hay que venir sabido. Pero no nos envalentonemos con el mal ajeno, y probemos nuestras limitaciones con cualquier otro lugar, que el Globo es muy grande. ¿Qué sabemos, mismamente, de Venezuela? Ay, chévere, no nos dejemos llevar por lo facilón, que este hermoso país tiene una fascinante historia.

Dejando el chavismo para el final, las evocaciones venezolanas son muchas y variadas. Díganselo a los canarios, cuya afinidad por el flujo migratorio les otorga el afecto de la Octava Isla. Hubo un tiempo para el recordado Miguel de la Cuadra Salcedo, con las anacondas y el otro show-business del Un, Dos Tres rutilante, que regalaba viajes a la Isla Margarita. Y en esas Américas se libró otro combate entre César y Pompeyo, si bien la gladio de buen filo fue sustituida por el micrófono inalámbrico, mientras el otro gran Julio -Iglesias por más señas- también retaba en bronceados al Puma venezolano. Venezuela es la zona cero de nuestros culebrones, la mejor factoría de miss Universo, el alma llanera, el Airbus que no me quiere llevar al Orinoco, y los inquietantes tepuys en los que a buen seguro siguen morando pterodáctilos.

Si hemos alimentado innecesariamente el anglicismo feedback, pierdan cuidado que esa retroalimentación se ha empachado entre España y Venezuela. Las Américas ya no las hacen la Durcal y la más Grande, sino políticos españoles con fundamentados criterios de oportunidad. El Caribe es exceso, pero Maduro le da un toque de esperpento valleinclanista, no exento de gracejo en su hiperbólica retórica. Aunque si te lleva a la perdición, toda gracia se congela.

Piérdanse en la evocación de García Márquez, en los últimos días de Bolívar retratados de forma sublima en El general en su Laberinto. Chaves y su pupilo imantaron su revolución en la figura del Libertador, haciéndole mutis al padre de las fronteras venezolanas. La Gran Colombia comenzó a quebrarse en Caracas, merced a las tremendas desavenencias entre Bolívar y el general Santander. A Santander lo rehabilitaron después de despojarlo de todos sus honores. Y la noticia del nombramiento como presidente del joven país le pilló un poco lejos, miren por dónde en ese Nueva York que para don Hugo olía a azufre.

Rivera ha querido hacer compatible un caladero de votos y la denuncia de lo que no queremos ser. Caracas tenía fama de ciudad peligrosa, y hasta los guardamarinas del Juan Sebastián Elcano recelaban de las bonanzas que augura un pase pernocta. Pero ahora es también una metrópoli desabastecida, ahogada en las manijas de la incompetencia. Y por mucho realismo mágico que supure la Gran Colombia, no veo a Gabo incluyendo al pajarico reencarnado junto al lecho mortuorio de Bolívar. En este nexo común, tuvimos nuestros Austrias menores. Parece que este es el tiempo de los Libertadores menores con la diferencia de que, en aquellos siglos, no existía el papel higiénico para que el pueblo venezolano sumase a otras su carencia. H

* Abogado