Ya se sabe: por muy horrendos que sean los actos o intereses soterrados --casi siempre el dinero-- para los católicos todos son confesables, y se solucionan con una narración al oído del cura y el rezo de unos cuantos padrenuestros.

Contando con esta ancha pista por la que deslizarse y con los temores reverenciales de la extrema derecha, es facilísimo inventar toda clase de vilezas para tratar de torpedear una postura tan limpia y desinteresada como la de proponer y defender la titularidad pública de la Mezquita de Córdoba, que para un verdadero historiador no puede tener la menor duda.

Vale cualquier ponzoña: quien defiende tal propuesta o está corrompido por los petrodólares o es un nuevo enemigo más de la Iglesia Católica o intenta erradicar el culto católico de la Catedral para poner en ella a los yidahistas. ¡Qué barbaridad!

Atención malintencionados, bienintencionados, fabuladores de males sin cuento, enemigos demoniacos, gente de ultra derecha, incondicionales del Cabildo catedralicio, historiadores de poca monta, guías manipulados, admiradores de tocas y sotanas, boquiabiertos del obispo dixit , personas sin voluntad propia, historiadores que substituyen los documentos y las leyes por creencias... Benditos todos, escuchad y entended, si os queda una pizca de entendimiento:

--Los yidahistas son en el mundo árabe como ETA en España, una facción terrorista perseguida y condenada. Todos los árabes saben que su sitio no es la Mezquita; que su sitio es la cárcel.

--Ni uno solo de los firmantes de la plataforma "la Mezquita de todos" ha pretendido o dicho ni una sola vez que la Iglesia cese o disminuya el culto católico en la Catedral. Que siga por siempre y como siempre, mientras que tenga clientes.

--El dinero que rinde el turismo cultural de un bien Patrimonio de la Humanidad no tiene por qué ser de la Iglesia. Ahí le duele.

--Comprended esto de una vez: la Iglesia no somos todos; el dominio público sí es de todos.

--Es totalmente cínico: espero que repares el monumento y cuando lo hayas hecho y la gente pague por verlo lo inmatriculo a mi nombre sencillamente por que me da la gana y porque es bueno para mis arcas.

A falta de ideas y documentos, recluto voluntarios, no importa si no tienen la más mínima categoría intelectual: Siempre habrá un licenciado vaticano que sea capaz de decir que el arte musulmán no es arte o no es musulmán, que lo árabe de la Mezquita o no es árabe o no merece la pena; y no se le cae la cara de vergüenza.

Es increíble que haya historiadores, o licenciados en Historia por la universidad, que sostengan que la Iglesia adquirió la propiedad de la Mezquita en 1236 con ceremonias del hechicero de la tribu: una bendición y la formación de una gran cruz con letras de los vocabularios griego y latino. Ni aun en aquel lejano año tales ceremonias eran reconocidas por la ley como modo de adquirir el dominio. Y tratándose de un edificio de notable valor, la partida V de Alfonso X, exigía según la interpretación considerada como auténtica, forma escrita para la donación. Pero ya sabemos que la Iglesia no tiene un solo papel, como lo reconoce ella misma al recurrir al artículo 206 de la Ley Hipotecaria, aplicable cuando falta título, documentación.

Ciertamente Fernando III le cedió la Mezquita a la Iglesia, pero solo para el culto, no en propiedad. La propiedad siguió siendo regia, como lo demuestra que para la demolición parcial del obispo Manrique se acudiera a Carlos V en demanda de autorización. Siglos más tarde mientras unos decían misa y pasaban el cepillo, la Administración, primero el Estado y después la Autonomía, que recibió el dominio regio convertido en público, costeaba todas las obras importantes de conservación y restauración. Así hasta el 1996 en que la Iglesia empezó a hacer algunos pagos; naturalmente con el dinero dejado por el turismo cultural, que obviamente debía ser público. Quédese la iglesia con los donativos de los fieles y con las rentas de la exposición de su tesoro: casullas, la custodia de Arfe, etc.

Pero nada más. Porque claro es que quienes cruzan Europa y nos visitan como turistas de la cultura lo que quieren ver, y pagan por ello, es nuestra incomparable Mezquita, a la que con cicatería pueblerina se quiere quitar el nombre, al tiempo que se desnaturaliza la sobriedad bellísima de su bosque de columnas sin imágenes, llenándolo de santos que naturalmente debieran instalarse en otros lugares.

* Escritor y abogado