El casco abre en canal las aguas del silencio. La tripulación se ha subido a las lanchas hace ya varias horas, tras conectar el piloto automático, abandonando el buque al rumbo esquivo de su viento fantasma, en la circulación de los vahídos vaporosos del mar. Sin embargo, en su vientre hay entre 400 y 500 inmigrantes. Alguien sale de la bodega, va a la radio y hace una llamada de socorro: "Estamos solos y no tenemos a nadie que nos ayude". Y así es: el carguero Ezadeen , con bandera de Sierra Leona, navega solo desde el mar Jónico, y si continúa en la misma dirección se estrellará contra las rocas italianas. La Guardia Costera recibe la alarma del viejo carguero, ya sin combustible y con los motores apagados, a solo 40 millas náuticas del Cabo de Santa María di Leuca, en el sur de Italia. La tormenta es rumiante en el cielo encrespado y los pasajeros del Ezadeen son rescatados por dos helicópteros. Esto sucede el jueves, pero la situación no es nueva: tres días antes, también arribó a las costas italianas el Blue Sky M. , un mercante con bandera moldava, después de un SOS lanzado frente a Corfú. Desembarcaron en Gallipolli, cuando seis militares italianos subieron a bordo, consiguieron hacerse con el timón del buque y encontraron dentro a 700 inmigrantes.

Se acumulan tragedias en el año que empieza, este 2015 enfebrecido con su timbre oceánico, como si el dolor del desierto nos llegara a través de las olas felices, rompiendo en arrecifes aduaneros que todavía no tienen un centro de interpretación de la herida del mundo.

Se incendia el ferri Norman Atlantic , de bandera italiana, sin que sepamos realmente cuánta gente iba dentro de su estómago tenso, dormido en el trayecto que peina las aristas de la libertad. Quien ha cubierto la distancia del infierno hasta el mar quiere pisar el suelo calcinante de la igualdad de derechos. Tanto el Blue Sky M. como el Ezadeen , al igual que el Carolyn Assense , también abandonado con 800 inmigrantes a bordo el 20 de diciembre, partieron, presumiblemente, del mismo puerto turco. Estamos --lo parece-- ante una nueva estrategia de las mafias de la inmigración, que consiguen sacar a cada viajero entre 1.000 y 2.000 dólares, por arriesgarse a morir en su sueño consciente de tocar una tierra encendida entregando el dinero que no tienen, entrampándose ellos y arruinando a los suyos, para comprar su boleto en la ruleta rusa de ahogamiento salino. Así, por cada viaje, las mafias pueden llegar a conseguir más de un millón de dólares, lo que ya justifica el abandono de cualquier bañera, con su carga interior, que es lamento decidido y grupal, atrapado en el fondo de su tumba de agua.

La inmigración por mar no es un problema de Italia, como tampoco lo es únicamente español que más de un millar de inmigrantes hayan intentado superar la valla de Melilla esta semana. Nadie parece querer prestar verdadera atención a la escalada emocional que supone, para cualquier poblado en las entrañas de Africa, elegir al mejor de entre los suyos y entregarle todo su dinero, poniendo en él la esperanza de una llegada que podrá, en el mejor de los casos, tirar de los demás. Cuando uno de estos hombres o mujeres llega hasta el muro y salta no lo hacen ellos solos, porque llevan consigo la fuerza de sus gentes, que han cruzado también esa erosión sedienta entre las dunas y se enfrentan al alambre con el pecho desnudo. Desde nuestro lado del muro o de la costa en crisis, parece que es difícil entenderlo, pero es imprescindible que empecemos a hacerlo. Se trata de un asunto continental; en ningún caso nacional de los países fronterizos con el drama agitado en todas estas regiones, todavía devastadas --y expoliadas-- por empresas occidentales, europeas muchas de ellas, que arrasan la energía y las materias primas pensando que la gente va a soportar el hambre eternamente.

Pensando en estos inmigrantes abandonados a la suerte errante de los cargueros, he recordado la novela de Hemingway Islas a la deriva , en la que un padre reúne a sus hijos en verano, a través de las corrientes oceánicas, para encontrar así el abrigo tostado bajo el sol en la playa. También estas familias querrán reunirse un día, superada las crestas de los saltos, de alambres o marinos. Solo mediante una política migratoria de verdadera equidad, humana y de derecho, sustentada en la cooperación internacional, podremos dejar a la deriva esta injusticia histórica.

* Escritor