Andrus Ansip, vicepresidente europeo para el Mercado Unico Digital, sostiene que uno los grandes logros de la Unión Europea --que continúa siendo-- fue el Erasmus: centenares de miles de jóvenes estudiantes que hacen de Europa su casa común. Otro bien reciente, que él ha contribuido de forma decisiva a conseguir, es la eliminación del roaming: Europa se comunica por voz y datos como si fuera un solo Estado. El tercero, que también se emplea en alcanzar antes de apearse de la Comisión, es la extensión del 5G a todos los Estados de la Unión: desde Creta a la Islas Feroes podremos ver las series televisión que deseemos; instalar nuestra oficina con solo abrir la tablet, e incluso jugar a ser hackers desde la remota Transilvania.

Como se ve, los mayores pasos pasos hacia la integración europea en el presente siglo llegan de la mano de la comunicación y el intercambio inmediato y sin límites de información y datos, que son a la economía, el comercio y las relaciones humanas y culturales, como el agua para el río.

No obstante ¡ay! ese ciclón de modernidad que se desata en las tripas de internet y su malla inextricable de redes, está en manos de tecnológicas de matriz mayormente norteamericana, que han crecido sin control decidiendo ellas mismas las reglas que se dan según gustos e intereses. Y además, apenas pagan impuestos en Europa en relación al volumen de negocio que mueven y los beneficios que se embolsan. Así que Europa acierta en el rumbo que necesita el continente para navegar en este tiempo incierto y bronco en progresión, pero deja la construcción del nuevo tejido económico, social y cultural (o sea, la política) en manos de unas empresas que se conducen por parámetros bien diferentes al ideal europeo. La batalla está en marcha y, de momento, Bruselas solo ha ganado unas cuantas escaramuzas.

Ocurre lo anterior al tiempo que una creciente opinión pública europea encizaña y, en cuanto puede, machetea a nuestras empresas locales y no digamos a los sindicatos. Estos últimos, sobre todo en España, son una podrida rémora del pasado, en tanto que se define a las empresas del Ibex como el mal absoluto. No aparece por ningún registro que los primeros aseguran aun hoy los convenios colectivos de millones de trabajadores, mientras que estas empresas, que sí pagan impuestos, están sometidas a nuestras leyes (y también caprichos). Nos quejamos de la desigualdad y precariedad laboral --que son ciertas--, al tiempo que cuando los trabajadores de Amazon --uno de los titanes planetarios- deciden ir a la huelga en España, el silencio general es casi tan espeso como el de la empresa Jeff Bezos ante las demandas de sus trabajadores en huelga.

Se desconoce al político con desenvoltura nacional interesado en saber qué se cuece en Silicon Valey; ni al que haya curioseado en Londres o Nueva York cómo se emplean esos que llamamos banca informal, fondos de inversión o buitre; los que hacen que sube y baje la tensión económica del mundo y engorden (y luego puedan estallar) tantas burbujas flotando en el mundo, además de la tan conocida inmobiliaria. Nadie en España parece tener interés en mantener un diálogo crítico con ellos; al contrario, se aprecia desentendimiento, cuando no sumisión y admiración por sus logros. Y en el entretanto, palos en las ruedas de los propios. Así por ejemplo, Apple tiene mejor imagen entre nosotros que Telefonica. ¿Nos hemos preocupado de averiguar quién aporta más al país?

* Periodista