Muchos llevábamos tiempo preguntándonos que había sido de aquel Pedro Sánchez que se deshacía en entrevistas, declaraciones, arengas, baños de masas, posados y demás mimbres del histrionismo. Desde hace un tiempo Pedro El Sigiloso ha dejado el noble arte de la interpretación política y se priva de dar titulares en primera persona. No hay que ser muy avispado para darse cuenta que el motivo no es otro que mantener la boca cerrada para no entrar en conflicto con los barones de su partido, que por otra parte fueron los que le han venido tomando las medidas de su ataúd político. Para nada este silencio se desenvuelve en la estrategia que pueda evitar conseguir, como él consiguió solito, que el PSOE obtuviera en unas elecciones generales los peores resultados históricos del socialismo. Pedro Sánchez está haciendo la estatua. Por lo menos hasta este pasado lunes donde estatutariamente se aumenta el poder de la militancia con el control del partido por parte de Ferraz. Sánchez le quita poder a los barones. Pero esto no desentraña ni resuelve la paradoja: los barones ganan las elecciones y pierden fuelle en el nuevo PSOE, y Sánchez pierde votos a chorros en las elecciones y gana poder en el partido. Esto por supuesto solo le pasa a una estatua, que ni oye, ni ve, ni siente los que los votantes del socialismo bipartidista expresan en su tocata y fuga de votos. El error de cálculo y concepto de Sánchez es de libro: erigir el voto de los militantes como un fin en sí mismo en vez de abrirse a la sensibilidad del voto socialista ciudadano. Sánchez es junto a Zapatero, el caballo de Troya del bipartidismo. Hacerse la estatua dentro de su partido puede o no dar resultado, pero no es una estrategia en política. Los ciudadanos exigen que sus líderes estén en el día a día de sus problemas. Sánchez no termina de encontrar su papel en el lugar donde se ganan las elecciones: fuera de su partido. Dentro es otra cosa: la estatua.

* Mediador y coach