Los diputados huyen del futuro, son una calvicie artificial sobre la cabellera del congreso. Hay un abandono capilar no en la base del cráneo, sino en todo ese mapa vacío de los escaños en cuanto terminó su intervención el presidente del Gobierno. Tras acusar al líder de la oposición de haber "sido patético", hubo otro patetismo más notorio, de una esencia rala y goteante, como hormigas saliendo de su propio agujero para desperdigarse por otras galerías menos sufridas. Imagino que algunos podrán argumentar que iban a trabajar, que hay mucha minucia de despacho en toda la misión parlamentaria. Pero la imagen puede mirarse en Internet, con más exactitud que el juego colorista de Celia Villalobos: tras acabar Rajoy, las bancadas populares se quedaron vacías. ¿Había alguien más por escuchar? Sí: nada menos que los representantes de millones de ciudadanos en España. El discurso de Alberto Garzón se quedó sin el eco postural de toda la bancada del Gobierno, saliendo del Congreso o haciendo una elegía del pasillo y su ritmo pendular. Pero no era únicamente Alberto Garzón quien quedaba por hablar cuando comenzó esta estampida de bisontes esbeltos, de chaqueta cruzada sobre los escalones de nuestra libertad: los demás portavoces no habían hablado aún.

Alguien puede decir que por una mera cuestión de imagen popular --en su doble acepción, partidista y empática-- deberían haber permanecido quietos en sus escaños. A fin de cuentas, a nadie suele gustarle que sus trabajadores se escaqueen. Esto, tan arraigado ya en el ánimo crispado del recorte, con una población obligada a redoblar el pulso de sus obligaciones sólo para empeorar su sistema de vida, ya es una razón de elocuencia rasante. Porque los diputados, de quienes reciben el sueldo, para quienes trabajan, es de y para nosotros: o sea, los ciudadanos. Poco importa aquí que los defraudadores de esta obligación fueran los diputados del Partido Popular, porque no han sido pocas las ocasiones en que nuestro hemiciclo se ha visto vacío, por los cuatro costados, salvo las formaciones que escuchaban a sus representantes. Aquí, al menos desde el plano laboral, hay una estafa, continua y consentida, lacerante y doliente, indignante y total, porque su trabajo también es escuchar a los otros portavoces, tratar de comprender el mensaje que la otra ciudadanía representada nos dice a través de ellos.

Pero además del trampeo laboral, hay una falta de respeto al engranaje propio de la institución y a lo que representa, a su significado político de una soberanía repartida en escaños. Aunque no te interese lo que tenga que decir Duran i Lleida, tú estás ahí para escucharle: no tanto por su representatividad propia, por el respeto que se pueda ganar como orador, sino porque en su voz hay contenidas varios miles de voces, que unidas al discurso de otros portavoces son también millones de voces que merecen ser oídas, que deben ser oídas, y más en un Debate sobre el Estado comatoso de la Nación.

El Partido Popular ha utilizado el rodillo de la mayoría absoluta para desmantelar el Estado de Derecho estos cuatro años, como está haciendo también con la televisión pública, el derecho laboral, la sanidad, la cultura y la educación. Casi no ha tenido oposición, y cuando se ha permitido interactuar con los periodistas ha sido a través de una pantalla de plasma o en una rueda de prensa sin preguntas. Si además nos emplazamos en el Debate sobre el Estado de la Nación y, cuando llega el momento de escuchar, se levantan de sus asientos y se marchan, ya me contarán cuál es el estado de nuestra democracia, qué garantías tenemos aún los ciudadanos frente a la desvergüenza.

Ya ha habido suficientes análisis sobre el debate en sí, que nos sirvió también para entender que hay otra realidad más allá del Congreso, representada, hoy, en Ciudadanos y Podemos. Estamos en una democracia, sí: pero tengo la impresión, o la certeza más articulada, de que esta gente no es consciente del legado tan frágil que tenemos, una convivencia con su propio respeto ganado en las ruinas de una dictadura. En cualquier empresa, el despido sería fundado y fulminante. Abandonando así el hemiciclo, dejando la palabra de los demás portavoces ardiendo en el vacío, estaban definiendo su respeto hacia el sitio. Dentro y fuera del Parlamento hay gente que sí cree en un verdadero sistema de representación política, y en la honradez sencilla del trabajo.

* Escritor