Luis Castellano ha escrito un libro titulado La ciencia del lenguaje positivo. Cómo nos cambian las palabras que elegimos. Y una de sus grandes conclusiones podemos encerrarla en esta frase: «Si usamos un lenguaje negativo, terminaremos por ser personas pesimistas. Si utilizamos un lenguaje positivo, lograremos ser personas positivas».

La mayoría de los medios que publican recomendaciones sobre cómo vivir más años y llevar una vida lo más sana posible nos hablan de comer sano, hacer deporte o caminar rápido, reducir el consumo de calorías... Casi nadie habla del empleo de un lenguaje positivo cuando recomiendan cómo vivir más años o cómo cuidar la salud. Y, sin embargo, cada vez tenemos más certeza científica de la importancia de utilizar el lenguaje positivo y de su influencia sobre el cerebro.

Se nos ofrecen también una serie de reglas a tener en cuenta: evitar la utilización de los términos absolutos, como «siempre, todos, nadie»; los adjetivos que califican y van a continuación del verbo ser, como «eres un inútil»; no usar el adverbio «pero», sino que en vez de utilizarlo, hemos de sustituirlo por las palabras «y además de lo que tú dices...»; no emplear la palabra «no»; eliminar las palabras que hacen daño como «imposible», «complicado»...

Vivir es poner el lenguaje positivo en funcionamiento. No es un gran tema, o quizás sí. Quizás sea interesante que introduzcamos estas pequeñas reglas de juego dentro de la rutina en nuestra forma de hablar, que, en el fondo, viene a ser como mirar la vida de una manera mucho más alegre. Porque la palabra va unida a los sentimientos, y en ese enlace puede haber algo de influencia entre sentimientos y palabras. Y quizás el hablar en un tono optimista, con palabras que no se convierten en muros o que no nos cierran por dentro, sea un nuevo camino de comunicación. Si nos convencemos de que las palabras y las emociones positivas nos hacen longevos, comenzaremos a cambiar nuestro lenguaje.

* Sacerdote y periodista