En las últimas semanas se viene advirtiendo en los medios de comunicación una serie de campañas publicitarias que aluden a la necesidad de recordar, a toda la población, que estos días se celebra en prácticamente todo el mundo civilizado la efeméride del Día Internacional de la Mujer Trabajadora, con la pretensión de que comience a calar el mensaje de que una sociedad justa, libre e integradora es aquella que defiende la pluralidad y la igualdad de los sexos en todos los ámbitos de la vida humana. Aspectos que a diario se imparten en la escuela, derechos por los que a diario se lucha en los parlamentos y abusos de todo tipo que a diario informan los periódicos nos advierten que, aunque estamos en el camino, la meta aún está bastante lejana.

No obstante, hay ciertos sentimientos y actitudes que han sido educados y aprendidos, casi sin darnos cuenta, en el seno de familias que no ha perdido la jerarquía matriarcal de la que antaño se forjaban los hogares. De esta manera, somos muchos los que hemos crecido comprendiendo que el respeto a nuestras progenitoras era la base a partir de la cual podíamos respetar a todos los miembros de nuestro entorno y que la alta estima con la que valoramos la ardua labor que realizaron y aún realizan entre las cuatro paredes de su casa es causa directa de que, desde que comenzábamos a razonar con un poquito de sentido común, asumiéramos que cualquier mujer estaba capacitada para cualquier cargo profesional y para asumir cualquier carga de responsabilidad que sobre sus espaldas quisiera soportar.

Además, por capricho del azar, el destino, o vaya usted a saber qué, ha querido el calendario hacer coincidir la onomástica de cada 8 de marzo con el aniversario de alguien que forjó la estructura de su hogar desde el pilar sobre el que descansó el compromiso de levantar una familia sólida, unida y feliz, mi abuela doña Trinidad Sánchez, que hoy enmarca sus 94 primaveras con la satisfacción de una empresa mucho más que bien resuelta.

Víctima de las circunstancias políticas y sociales que España sufría los días de su alumbramiento, muy pronto entendió que sus manos y su predisposición serían las que ayudaran a su numerosa familia a tirar para adelante en unos tiempos en los que el no retroceder ya era signo de victoria. Como era práctica habitual por aquellas calendas, los valores y la educación los adquirió fuera de una escuela a la que siempre suspiró haber asistido, pero las pocas normas que adquirió le valieron para ser respetuosa y respetada, para enamorarse y ser amada y para dar a luz a quienes hoy iluminan los siempre complicados años de su abatimiento y vejez. Aquella mujer que se pasó medio siglo trabajando en la casa y en la calle tuvo unos hijos que asimilaron una forma de ser y de actuar que les guió a seguir los mismos derroteros vitales de su madre, en los que si las titulaciones escaseaban, abundaban valores como la solidaridad hacia los demás, la entrega abnegada a la necesidad familiar, el respeto a sus mayores y la firme predisposición a procurar, en sus descendientes, la felicidad de la que disfrutaron junto a sus padres y la educación que una sociedad obsoleta en su día les negó.

Ayer mi abuela cumplió 94 años y, con su ejemplo, quisiera homenajear a todas aquellas mujeres que tuvieron los arrestos para quitarle el hambre a su familia con una buena olla de potaje, que supieron vestirles con una ropa digna limpiando y cosiendo las casas y las ropas de otros y que, sobre todo, supieron construir un hogar y una familia feliz donde el respeto hacia aquella persona que lo organizaba todo supuso que sus descendientes la vieran siempre con orgullo y admiración.

Descendientes que hoy se cuentan en España por millones y que son nietos de abuelas con nombres prácticamente olvidados, como Trinidad, Pura o Angustias, pero que sin embargo jamás olvidarán que fue una mujer trabajadora la que luchó, desde el silencio y el coraje, por levantar una sociedad que aún hoy reclama que valoremos, en mayor medida, a la mujer.

Porque sin las millones de pequeñas historias que en su día protagonizaron nuestras abuelas hoy no gozaríamos de nuestro sistema actual, es justo que todos los hombres luchemos por poner a la mujer en el lado que merece, y que no es otro que hacer el camino cogidos de la mano.

*Profesor de Historia del Arte