A cuadros me quedé con el anuncio de una sandía de diseño, de la marca Sandía fashion, avalada por un logo de Ágata Ruiz de la Prada y con una fuerte campaña publicitaria con Anne Igartiburu como imagen de la marca. «Aquí hay tema para la columna», pensé. Y es que ya llevo tiempo reflexionando sobre si no nos estaremos volviendo tontos con tanto derroche de creatividad para cosas que no lo necesitan. Porque comprendo que la moda o el arte necesite innovar para que sean reflejo de la evolución de la sociedad. O incluso, siguiendo la estela de italianos y daneses, que el diseño entre a saco en el mundo de los objetos de fábrica comunes para hacerlos si no más bellos sí más eficaces. Pero... ¿una sandía de diseño?

El caso es que para no caer en ese inevitable error que alguna vez comete todo aquel que escribe opinión (que consiste en creer que «Dios y yo pensamos que...») eché un vistazo a la web de la marca frutera... Y aún me sorprendí más. Resulta que Sandía fashion no es el resultado de una frivolidad improvisada y pretenciosa, sino un proyecto empresarial muy serio de un grupo de innovadores, que han invertido una enorme cantidad de dinero, que han creado un producto diferenciado y de calidad (resulta que tras hibridaciones y cultivo selectivo la vanguardista sandía no tiene pepitas, garantizan su madurez y tiene siempre un contenido de fructosa óptimo), se han abierto camino desde Almería con un enérgico plan de empresa, no tienen miedo a contratar publicidad en estos tiempos y, sabiendo usar las redes sociales, han popularizado su producto entre clientes y profesionales del cátering.

Me quedé cavilando tragándome mis prejuicios, entendidos como «juicios previos», porque quizá sí que sea la salida en estos tiempos pensar que hasta las sandías hay que diseñarlas. Aunque me dé repelús que me toque algún día, por ejemplo, ver distribuir higos chumbos con microchips en la Velá de la Fuensanta o la vuelta de los puestos de melones de carretera, ahora con techo diseñado por Santiago Calatrava. H