En un país como el nuestro en el que tener un trabajo ya no garantiza no ser pobre, y en el que las mujeres continúan siendo las más vulnerables en un mercado laboral que no entiende de dignidad, es más necesario que nunca hacer un ejercicio de memoria que reconozca la lucha de todas esas ciudadanas que siempre tuvieron claro que es imposible la democracia sin la efectiva garantía de los derechos de los trabajadores y las trabajadoras. En un país tan desmemoriado como el nuestro, y en el que la memoria continúa teniendo un marcado sesgo androcéntrico, es urgente que recuperemos el hilo de todas esas mujeres, pioneras en tantos frentes, que continúan ausentes en los libros de texto.

En un día como hoy, en el que deberíamos recordar como las medidas de austeridad adoptadas con el pretexto de la crisis están provocando una imparable feminización de la pobreza, nos podría servir como referente y como impulso la trayectoria de tres mujeres que fueron y son esenciales en la construcción de nuestra imperfecta pero bendita democracia. Tres mujeres tan distintas entre sí pero tan iguales en su compromiso social y político como fueron y son Paca Sauquillo, Manuela Carmena y Cristina Almeida. Justo cuando se acaban de conmemorar los 40 años del atentado de Atocha, se ha publicado un hermoso y necesario libro en el que se nos cuentan sus dilatadas militancias a favor de los derechos laborales, de la igualdad de mujeres y hombres o de la gestión pacífica de los conflictos. El libro, que se lee con la facilidad de un relato periodístico y con la emoción de una novela pegada a la vida, supone un hermoso ejercicio de reconocimiento y memoria que todas y todos deberíamos leer para tener claro de dónde venimos, cuánto costó alcanzar determinadas conquistas y, lo más importante, cómo de frágiles son los derechos que solemos contemplar como irreversibles. Cristina, Manuela y Paca nos muestra el duro camino recorrido por unas mujeres que fueron pioneras en los ámbitos judicial y político, que tuvieron que enfrentarse no solo a las estructuras de poder de la dictadura sino también a las transversales del patriarcado, y que en todo momento fueron fieles, y así continúan siéndolo hoy, a sus convicciones.

Las tres, que como suele pasar en la historia contada por y para los hombres han estado ausentes en la mayor parte de los relatos que hemos construido sobre la transición, representan todo un ejemplo de lucha por la democracia, la libertad y la igualdad. Y, sobre todo, son un claro ejemplo de entendimiento del Derecho como herramienta de protección de las y los más débiles, como instrumento de acción política que permite poner dique a los apetitos de los poderosos, como pasaporte al fin hacia un mundo presidido por la justicia social. Algo que las tres aprendieron en las calles porque, como ha escrito Carmena, “no se puede tener una idea clara de lo que es el derecho si antes las personas no están en contacto con la injusticia”. Las tres son pues un ejemplo ético a reivindicar en estos años de ceguera moral.

Las historias de estas tres mujeres a pie de barrio, que tuvieron que vérselas en muchos casos con compañeros de lucha política tremendamente machistas y hasta misóginos, deberían ser una lección obligatoria de Educación para la Ciudadanía. Justo ahora cuando nuestras certezas son más evanescentes que nunca, y cuando los derechos económicos, sociales y culturales son pisoteados por la sacrosanta libertad. Saberse cómplice de estas “tres vidas cruzadas, entre la justicia y el compromiso” podría ser el punto de partida para tomar conciencia de la responsabilidad de todas y todos frente a las injusticias que genera la suma de patriarcado y capitalismo. Todas y todos de la mano de la voluntariosa Paca, de la comprometida Cristina y de la siempre innovadora Manuela.

* Profesor titular acreditado al Cuerpo

de Catedráticos de la UCO