Era una chiquilla con el pelo castaño y los ojos de miel. Tenía nueve años. Se estaba muriendo. No sabían por qué. Consultas, análisis. Pero la chiquilla iba cumpliendo años, cada vez más débil. Sonreía, pero su mirada se iba apagando en una tristeza profunda y melancólica. Apenas hablaba; solo esa sonrisa callada. Si le preguntaban si quería algo, sonreía: «Bueno...». Iba al colegio con su cartera grande, que le arqueaba la espalda y le bajaba los hombros. Y la chiquilla, como ascua entre cenizas, cada vez más apagada. Hasta que un médico encontró el mal. Era un viejo médico de pueblo, en una tarde de mayo. Mandó que desnudasen por completo a la chiquilla. Y mientras le contaba el cuento más maravilloso, con árboles que daban las más ricas manzanas, la fue explorando. Los piececitos, la barriguita, la cabeza. El pelo. Sí, allí estaba la razón de todas las tristezas de la chiquilla. Detrás de la oreja, entre los rizos de aquel pelo castaño, una garrapata, negra, oronda, brillante. Gota a gota, día a día y noche a noche, en silencio, el parásito, escondido, tenaz, le iba quitando la vida a la chiquilla, que hasta entonces había sido feliz. Un día de invierno, quizás a la salida del colegio, quizás a la salida para pasear con otras amiguillas, se encontró la garrapata. El parásito la esperaba, paciente, certero, escondido, seguro de poderla atrapar. Buscó el lugar más oculto de la chiquilla, donde nadie sospechase. Y, sagaz, con toda su certeza, su obstinación y su egoísmo, se dedicó a quitarle la vida a la chiquilla. Cuando el viejo médico lo encontró, sonrió para sí: «Siempre es lo mismo. La verdad siempre aparece en los detalles». Le echó un producto, porque me explicó que la garrapata, si se quita de un tirón, deja clavados unos garfios, que envenenan y matan en pocos días. Lo que no ha conseguido poco a poco, lo busca de golpe. Morirá, pero dejará su muerte en la víctima. Si no eliminan al parásito, la víctima se irá, sin sangre y sin alma. Entonces el parásito se buscará otra víctima para empezar a chupar, a cebarse, engordar, matar. La chiquilla se salvó. Ahora es una mujer de cuarenta y seis años. El sol de la tarde de primavera le dora la sonrisa y vuelve transparentes sus ojos de miel. Con ellos mira hacia la vida con toda la libertad.

* Escritor