La Historia nos hace ver cómo gran parte del clima y recorrido del moderno Procés tiene anchas y extensas raíces en el pasado. Ha poco más de un siglo, cuando el catalanismo se descubría en el panorama político español como uno de sus principales protagonistas, un importante centro de gravedad se situaba ya en el terreno religioso o, más exactamente, eclesiástico. Así el que fuera definidor famoso y venerado de su credo, el obispo vigatense Josep Morgades (1882-99) --muy prestigioso sacerdote de vocación adulta tras su licenciatura en Derecho por el Alma Mater barcelonesa-- dio a la estampa en plena tormenta del Desastre del 98 una resonante pastoral en la que preconizaba con ardor la enseñanza catequética en lengua catalana, con eco muy adverso al sur del Ebro y, de manera especial, en las esferas del establishment canovista, ulcerado por el respaldo tácito o expreso del célebre obispo a la proyección de un catalanismo de raigambre religiosa, pero de honda fermentación telúrica. La polémica adquirió tal vuelo que el propio obispo --designado ya para la mitra barcelonesa-- se vio urgido de escribir a principios del verano de 1900 al mismo cardenal secretario de Estado y antiguo nuncio en España, cardenal Rampolla, con el fin de aclarar su posición personal en tema: «(...) me ha de permitir su Eminencia que esta cuestión del Regionalismo tiene más importancia por los fantásticos y apasionados y lejos de la realidad comentarios de los periódicos y políticos madrileños, que no sean sí mismos; y yo creo profundamente que aun cuando la propagación del regionalismo discreto no llevase consigo un bien positivo, lo llevarían en el sentido de ser un derivativo que llama la actividad popular, y sobre todo de la juventud ilustrada y de la clase media, hacía un terreno donde naturalmente se respira un aire tradicional y cristiano. Si ha de venir una disolución en nuestro país de seguro que no será por este lado; dominan aquí desgraciadamente demasiado las inclinaciones positivistas modernas para que el culto a lo indígena pueda producir un desgarro en el Estado español. (...) pero también estoy convencido, y yo en mi conducta pastoral hago virtud de esta convicción, que la vida de la fe y de la piedad si se injertan en el espíritu propio del país atendiendo a la naturaleza social del mismo, resulta más vivaz y lozana». (Apud García Nieto, C. M., El cardenal Sancha y la unidad de los católicos españoles. Vol. II. Documentos. Madrid-Toledo, 2009, pp. 481-2).

La línea de actuación del flamante obispo barcelonés no cayó, como era previsible, en el olvido. Pese a acomodaciones tácticas y a forcejeos diplomáticos, sería retomada con gran fuerza una generación más tarde por el primado tarraconense cardenal F. Vidal i Barraquer, ídolo y mito, conforme es bien sabido, del catalanismo religioso y político de la posguerra franquista tras su muerte en el exilio, en 1943.

* Catedrático