Empujando viene doña cuaresma. Estamos en el dintel del domingo de piñata, a las puertas de enterrar dignamente a la sardina, de celebrar el gran desfile del carnaval, que pondrá fin a la edición de este año. Siempre he apreciado de esta fiesta su carácter transgresor, fresco e impertinente frente a lo políticamente correcto que ha superado etapas donde serlo era arriesgado y casi épico. He elogiado su esencia divertida y cómica frente al rictus de seriedad, de personas importantes que nos creemos a las que ocurren cosas graves que nos acompañan en el devenir diario. Me gusta del carnaval, su carácter abierto y participativo, que llega al pueblo sencillo y huye de élites y elitismos, que no está dirigido por poderes sino que se articula frente a los mismos.

Y me complace sobre todo cuando va rodeado de ingenio y talento, ya sea en cualquiera de los célebres carnavales reconocidos en todo el mundo, dentro de su gran diversidad: desde el ritmo que se despliega en el sambódromo de Río de Janeiro preparado por sus escuelas durante meses, los vistosos trajes que se concitan en Canarias, la elegancia de los disfraces y máscaras en Venecia, la belleza de las carrozas de Nueva Orleans, la batalla incruenta de flores de Barranquilla o Niza, o la mordacidad del carnaval de Cádiz con la brillantez de sus chirigotas, comparsas, coros y cuartetos, ya sea en sus cuplés, tangos y pasodobles. Como en todos los aspectos de la vida, no todo vale, y más allá de lo transgresor, algunas veces se cuela por la rendija lo zafio, lo grosero, el insulto o la mala educación. A parte de los carnavales sin personalidad, esos que son mala copia de cualquier otro modelo, de colectivos que sienten y se expresan de otra manera.

Digo esto, ahora que el carnaval desata enfrentamientos y ofensas en algunas latitudes cercanas. Necesitamos de la fiesta, pero no para pugnas y disgustos, sino para la sana diversión, para descubrir la risa que el invierno adormece, para vencer el tedio y recuperar la alegría de los sentidos. Musa, la máscara apresta, ensaya un aire jovial y goza y ríe en la fiesta del Carnaval, en palabras de Rubén Darío.

* Abogado