El único consuelo de estos meses aciagos, tenebristas y lúgubres de política patria es asistir al vuelo sideral de las últimas horas en la piel estelar del candidato, en sus grandes esfuerzos por caer bien. Vemos al candidato, o a su séquito, andando muy deprisa -“a toda velocidad”, diría él--, acompañado de un perro con un trote bastante más armónico, porque la naturaleza es sabia allá donde el esfuerzo actoral se esmera en dinamismos ortopédicos; también lo descubrimos jugando a baloncesto, con una entrada lánguida al centro de la zona y un desborde fallido, algo faltón, sujetando con el brazo izquierdo al defensor, mientras el balón no toca aro y la muñeca escoge su hálito de aire; o lo vemos, también, dando un paseo por El Retiro en plan sábado pleno de bermudas al sol, con la camisa prieta, marcando músculo de gimnasio contenido y dieta sana, sentándose en una terraza mientras no pierde ocasión de estrechar manos y dar abrazos con sentido, aunque estemos en la jornada de reflexión; o juntándose con la familia y los amigos para ver un partido de baloncesto por la tele -el baloncesto parece ser el deporte de la nueva política--, con una naturalidad que rompe la imagen general, casi de coreografía, de voy a caerte bien, porque te busco el apretón de manos; aunque también habrá quien juzgue, y quizá con razón, que estamos ante una apariencia de normalidad no muy distinta a la pachanga de basket en las canchas de la Ciudad Universitaria, el paseo por el parque del centro de Madrid, hasta encontrarse de frente con la estatua total de Pío Baroja, o pasear con el perro a la velocidad del tren expreso, que diría Campoamor. Hasta otro casi candidato ha publicado en las redes sociales la foto de un famoso videojuego con el que pensaba pasarse la jornada electoral, antes o después de acudir a una boda familiar, y también una casi candidata se ha subido a una pista de baile en plan DJ, moviendo las caderas como ya hiciera antes en un programa de televisión, en su ritmo concéntrico, porque hoy un político puede no haber leído un libro, pero tiene que saber saltar y bailar al ritmo de merengue, porque somos felices.

Los políticos, claro, quieren caernos bien estos últimos días. Hasta este último día, hasta ayer, hasta ahora mismo. Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos, podríamos responder, como Pablo Neruda, ni los del 20--D ni los de poco antes. Es tan ostensible este esfuerzo fugaz por la empatía, esta especie de revolución de la sonrisa amable y distendida, de esta cercanía tan forzada, que provoca un efecto radicalmente -ahora, que tanto se habla de los radicalismos-- contrario, y una incredulidad ya extendida a todos los partidos, a todos los discursos, a todos esos rostros que nos miran desde la arruga turbia del cartel que comienza a empañarse; porque nada más triste y metafórico del tiempo electoral, y también melancólico, que esos semblantes luego amarillentos, erosionados por el calor ancestral, por el viento y la lluvia, como los cartelones que anunciaban la llegada del circo a la ciudad: gestos que se agrietan, se emborronan, como la sonrisa más siniestra en una película de terror protagonizada por payasos asesinos. Esto es lo que nos queda, una especie de pintada urbana por acumulación con buenas intenciones fisonómicas, sonrisas a raudales y palabras enormes con su hueco sonoro. Pero, hasta hoy, serán los candidatos más simpáticos en los peores años de nuestra vida.

Por si no se han fijado, ni uno solo de los candidatos, ni el día de reflexión ni ningún otro, ha tratado de ganarse nuestra cordialidad con un libro entre las manos. Es más: ni uno solo de los candidatos ha recomendado un libro, ni un autor, durante la campaña, ni ha aparecido leyendo en red social alguna, ni ha citado a un poeta, ni un solo verso libre, ni siquiera teniendo en cuenta que celebramos el año de Cervantes.

Los labios que estos días tanto han reído con su propio ingenio y su humor chispeante, aplaudidos sin rubor por sus cortes de adláteres, podrían haber citado alguna perla cervantina, o de otro. Porque ni la literatura, ni el arte, han formado parte de sus estrategias de seducción. Si pensaran que así se logran votos, lo harían. Pero también, si asimilas a Cervantes, tu política es otra, y no este cartón piedra de retórica. Porque si la cultura es parte verdadera de tu vida, emerge libremente en la respiración del discurso. Y no. Seguimos en la España eterna, pura y dura, sin la sabiduría de Sancho Panza, para volver a empezar. H

* Escritor